Por Mariano Pacheco. En el año del centenario del nacimiento del “Cronopio”, Marcha comienza un repaso por su obra, su pensamiento político y sus historias de vida. En esta entrega, Cortázar y el movimiento de masas.
Cuando publicó su primer libro de cuentos, en 1951, el escritor Julio Cortázar tenía 37 años. “Bestiario es el libro de un hombre que no problematiza más allá de la literatura. Sus relatos son estructuras cerradas”, dirá años más tarde el autor de Rayuela.
Si bien un tiempo antes, en 1938 -y bajo el pseudónimo de Julio Denis- ya había publicado un libro de poemas (Presencia) y habían salido a la luz, con su firma, algunos cuentos en revistas, Bestiario es el verdadero punto de partida del recorrido literario de Cortázar.
Salido a las calles en medio de una década teñida por un ambiente político (el del peronismo), que había llegado para cuestionar las jerarquías establecidas y desquiciar la realidad, Cortázar no será ajeno al sentimiento de desamparo que sienten gran parte de los escritores e intelectuales argentinos frente al avance de las masas plebeyas. “Turba ensombrecida”; “hordas analfabetas”; “furia indígena encolerizada”; “instintiva salvaje” fueron algunos de los calificativos con los que, en 1946, Enrique M. Mosca -candidato a vicepresidente por la Unión Democrática- se refirió a los “cabecitas negras” que apoyaron a Juan Domingo Perón en las elecciones presidenciales de ese año. Un poco más lúcido, aunque no menos antiperonista, Ezequiel Martínez Estrada plasmará en un legendario pasaje de ¿Qué es esto? una caracterización que da cuenta de esa distancia entre masas e intelectuales. Dirá Estrada que Perón no les había revelado el pueblo a los escritores sino a “una zona del pueblo” que, efectivamente, les resultaba “extraña y extranjera”. “El 17 de octubre volcó a las calles un sedimento social que nadie había reconocido. Parecía una invasión de gente de otro país hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos, y sin embargo, eran nuestros hermanos”, remata el autor de Radiografía de la pampa en el texto recientemente mencionado.
Las invasiones bárbaras de octubre del 45 marcaron la subjetividad de estos actores culturales, más allá -o más acá- de cuanto, ellos mismos, pudieran procesarlo.
Si bien Cortázar había participado de la lucha política contra el peronismo, durante los años 1944-1945, cuando Perón asumió la presidencia de la Nación, más que incorporarse a las filas de quienes enfrentaban el nuevo régimen, prefirió -como él mismo reconoció años más tarde- renunciar a sus cátedras, antes de verse obligado a “sacarse el saco”, como le había pasado a “tantos colegas que optaron por seguir en sus puestos”.
Tal vez por eso, entre 1946 y 1951, más allá de un breve paso por la Universidad Nacional de Cuyo, Cortázar trabajará en la Cámara del Libro y estudiará (y se recibirá) como Traductor Público Nacional. Trabajaba entonces 4 horas por día y le “sobraba el tiempo para escribir”. Si bien la Argentina peronista lo irritaba y se ligó entonces a escritores marcadamente antiperonistas (que tenían a Jorge Luis Borges como emblema), eligió más un camino de soledad individual que de oposición colectiva. Tal vez por eso en los años 70 dirá que entonces era un “burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera estética” y caracterizará su desempeño literario durante los ´50 de la siguiente manera: “cuando escribí mis primeros cuentos era un joven liberal antiperonista, bastante exquisito, totalmente alejado del destino de América Latina, incluso de mi propio pueblo”.
Son los años en los que colabora con la revista Sur (acérrima opositora al régimen) y la época en la que parece ser que los libros de literatura extranjera (sobre todo inglesa y francesa, y en menor medida alemana, italiana y norteamericana), la música y el cine colman toda su existencia. Según recordará Cortázar, esos fueron años -para los escritores de su generación- en los que soñaban con ir a Europa, y tal vez por eso ni siquiera se leían entre pares, sino que concentraban sus lecturas en autores de otros países -incluso en otros idiomas-. La sensación de que Buenos Aires era como una inmensa cárcel los llevó a “darle la espalda ala Argentina”.
“Cortázar es el primero en percibir y construir el peronismo como lo otro por antonomasia; su mirada no intenta inscribir el peronismo en discursos previos, sino construir un discurso a partir de la irrupción del peronismo como lo refractario a la comprensión del entendimiento y a la simbolización del lenguaje”, escribirá Carlos Gamerro en “Julio Cortázar, inventor del peronismo” (Descamisados, gorilas y contreras. El peronismo clásico: 1945-1955). De este modo, el peronismo se presenta como aquello que no puede decirse, a diferencia del antiperonismo más clásico, conservador, para quien el movimiento liderado por Perón es interpretado como un post-rosismo, o una variante local del fascismo.
Tanto “Casa tomada” y “Las puertas del cielo” -dos de los diez cuentos de Bestiario– como el posterior “La banda” -incluido en el libro de 1956, Final de juego– funcionan como un claro ejemplo de ese imaginario del que habla Gamerro.
Según pudo reconstruir uno de sus biógrafos (Mario Goloboff), Cortázar concibe “Casa tomada” mucho antes de que el peronismo emergiera como movimiento. En Julio Cortázar: la biografía, Goloboff sostiene que el autor de El libro de Manuel imagina ese cuento mientras se desempeñaba como profesor en Chivilcoy, es decir, aun antes de trasladarse a Mendoza para ejercer la docencia en la Universidad de Cuyo (donde sí demostró su aversión por el coronel Perón). De hecho, el mismo Cortázar se encargó de expresar, en 1970 (La Quinzaine Littéraire), que las primeras motivaciones del texto estaban más vinculadas a un “territorio onírico” (mundo pesadillesco, podríamos decir) que a uno histórico-social. Declaraciones que no invalidan estas otras, de 1978, cuando afirma: “Yo pertenezco a esa generación de Onetti, de Sábato, de Adolfo Bioy Casares y casi la de Borges; gente que efectivamente leía enormemente la narrativa angloamericana, que leía también enormemente la literatura francesa y que tenía su mente influida por la circunstancia social de su país”. Como sea, el hecho es que Cortázar publica Bestiario en 1951. El mismo año viaja nuevamente a Europa (ya había estado en el viejo continente en 1950), esta vez becado por el gobierno francés para que pasara una estadía en París. Esta experiencia le servirá de contraste con la realidad del país y, de algún modo, marcará el futuro próximo del escritor.