Por Noelia Leiva.La campaña Acción Respeto repudia el acoso callejero. No importa si se trata de un “piropo lindo”. Cuando no tiene en cuenta si la receptora quiere o no ser “halagada” es violencia. Un indicador de primer nivel de “cultura de la violación”.
“Te garcharía tan fuerte que te haría abortar”, le gritó un hombre de unos 40 años a una mujer que cursaba el octavo mes de embarazo. Es apenas uno de los miles de testimonios reales que llegaron a los y las integrantes de la campaña Acción Respeto, que define al acoso callejero como el primer registro que muchas mujeres tienen de la violencia de género. Cuando las reducen a “objetos sobre los que se opina”, se convierten en el índice público de la “cultura de la violación”, que las deshumaniza para volverlas accesorios de la satisfacción masculina. Marcha conversó con sus integrantes acerca de cómo denunciar ayuda a generar el cambio cultural que hace falta.
El anonimato es la clave de la campaña: no difunde el nombre de sus activistas ni de quiénes comparten las anécdotas que marcaron su infancia o adolescencia, o que determinan su día a día. Es que muchas saben dónde están el o los varones que creen que pueden calificar su cuerpo -como si alguien les hubiera preguntado- y se ven obligadas a cambiar de vereda para evitar el abuso. Pero cuando no pueden adelantarse, allí están ellos para intervenir el espacio personal de la transeúnte, para susurrarle o gritarle desde un colectivo, para poner en palabras la líbido que el patriarcado le ordena que exponga como indicador de que es un macho digno de su especie.
-¿Están de acuerdo con señalar que el acoso callejero es una forma de violencia simbólica?
-Sí. Es simbólica porque se basa en el no reconocimiento de la otra persona como tal, no sólo al quitarle su derecho a caminar sin ser interpelada, sino al deshumanizarla, al cosificarla. Tenemos que considerarlo como violencia desde el momento en el que cualquier respuesta que pueda dar la mujer frente a esa situación no es tomada en cuenta y, encima, se utiliza para denigrarla y atacarla.
-¿Es una acción individual o debe considerarse un acto cultural?
-Socialmente estamos tan acostumbrados y acostumbradas a este tipo de violencia, que la tenemos asimilada culturalmente. No se puede admitir por parte de la mujer ningún tipo de respuesta. Son tan condenadas si responden como si no. Es claro que este tipo de prácticas no son un intento de interacción sino que buscan amedrentar, intimidar y, en muchos casos, humillar a la mujer. Incluso cuando se habla de “piropos lindos”, el consentimiento de ella y toda su subjetividad son eliminados de la ecuación. Lo único que se tiene en cuenta es la voluntad del hombre y su opinión. Entonces, la mujer, a nivel discursivo no es reconocida como interlocutora sino que es ubicada en el rol del tema del mensaje, el objeto que es opinado, como si fuera una prenda de ropa en una vidriera o una obra de arte.
-Como mencionaron, hay personas que señalan que un “piropo” no es cuestionable y sí lo es una grosería. ¿Por qué creen que lo sostienen?
-En parte por la costumbre cultura y por falta de análisis de la situación. El piropo es cuestionable en base a lo que planteamos recién: no se trata de una interacción, se trata de una imposición de opiniones. Hay personas que toman al piropo como algo diferente a la grosería únicamente por el contenido del mensaje, porque se supone que uno es lindo y resalta las virtudes físicas de la persona mientras que el otro es denigrante y agresivo. Sin embargo, no se detienen a analizar que el mensaje de fondo es el mismo: opino sobre vos, sobre tu cuerpo y no espero ni una respuesta ni una reacción, sólo que lo aceptes y sigas tu camino. Más aún, la gran mayoría de los “piropos lindos” suceden acompañados de un lenguaje corporal intimidante, como la invasión del espacio personal, acorralamientos, inclinación sobre el cuerpo de la mujer; todas actitudes físicas que marcan el dominio físico que un hombre cree que puede ejercer sobre ella. O vienen con un tono usualmente libidinoso. Un “hola, linda” con un lenguaje corporal amenazante y un tono sexual deja de ser un mensaje halagador y se transforma en una intimidación, porque el mensaje que el tono y el lenguaje corporal transmiten es completamente otro.
-¿Por qué suelen ser los varones los que se dirigen a las mujeres en la calle para interpelarlas y no al revés?
-Está ligado a los estereotipos que nos inculcan desde el momento en que nacemos. Los hombres deben acercarse a la mujer, deben validarse frente a los otros varones, deben reafirmar su sexualidad expresando el deseo. Lo interesante es que quizás no existe un deseo real al momento de interpelar a la mujer, sino que es sencillamente un mecanismo de reafirmación de la masculinidad.
-Algunos colectivos de mujeres señalan que el acoso callejero es un primer paso para ser cómplice de la cultura de la violación. ¿Coinciden con esta interpretación?
-Sostenemos que el acoso callejero es parte de un conjunto de actitudes que, por definición, son parte de la cultura de la violación. Esto no quiere decir que el hombre que acosa verbalmente por la calle sea un violador o vaya a violar a una mujer, sino que es parte de la cultura que deposita en las mujeres todo tipo de culpas y responsabilidad por las reacciones de los hombres. Son los cimientos de la percepción del hombre sobre la mujer, cómo deja de percibirla como ser humano independiente y comienza a entenderla como un accesorio para su deleite. Varias personas que trabajamos en Acción Respeto también trabajamos hace varios años con la Marcha de las Putas, que aborda el tema de la justificación de los abusos sexuales y cómo se perpetúa la cultura de la violación desde lo discursivo. Se abordan dos aspectos de lo mismo, a tal punto que las justificaciones que vemos en relación a casos de abuso, como la ropa, la actitud, la imposibilidad de control de los impulsos en los hombres, la relativización del consentimiento y los límites puestos por la mujer, surgen también para el acoso callejero. No es coincidencia, señala al acoso como un engranaje más en el mecanismo de la cultura de la violación. Es el primer encontronazo para muchísimas mujeres con la violencia de género.
-¿Qué pasa si ese primer registro le sucede a una niña que empieza a salir a la calle?
-Cuando una nena de 11 años recibe comentarios agresivos y sexuales por la calle, y la sociedad hace la vista gorda. Lo que le están enseñando es que así tratan los hombres a las mujeres, que el cuerpo de mujer que empieza a desarrollar genera violencia hacia ella y que eso es normal y esperable. Peor aún, cuando cuenta las situaciones de acoso y recibe en respuesta cuestionamientos a su forma de vestir y a su posible provocación, se le enseña que es culpa de ella si un hombre reacciona violentamente hacia su cuerpo. Estas cosas son las que construyen la cultura de la violación, las que preparan el terreno para que las víctimas de abusos sexuales no denuncien y no cuenten lo que les pasó por miedo a ser juzgadas. Entonces, callan.
–En abril realizaron acciones de repudio con carteles que reproducían lo que los varones le suelen decir a las mujeres en la calle. ¿Cuáles fueron las reacciones?
–Fueron variadas. Desde apoyo total a la campaña hasta rechazo debido a su crudeza. Es interesante, porque son todas frases reales. No podemos desoír la realidad únicamente porque nos incomoda, al contrario. Una de las reacciones más curiosas fue la de adultos que cuestionaban los carteles porque “los ven los niños”. Por un lado, nos parece curioso porque se habla de que esto les sucede a las niñas desde los 9 o 10 años. Por el otro, la mayoría fueron padres de niños preocupados por cómo explicarles a sus hijos lo que dicen los afiches, a lo que sólo podemos responder que de eso se trata la educación de los chicos y que es, justamente, una gran oportunidad para enseñarles que está mal. Es doblemente llamativo porque recibimos algunas contribuciones para la campaña donde niños de entre 6 y 10 años arrojan frases sexuales a mujeres y niñas por la calle. Eso nos parece bastante más preocupante que lo lean en un cartel. La gente cree que los chicos están exentos de esto, pero muchas madres cuentan que fueron acosadas con sus hijos en brazos o de la mano. ¿Cómo podemos pensar que un chico no va a entender la situación? Es necesario trabajar en entender qué es violencia para que las próximas generaciones crezcan con una noción más clara de lo que es la desigualdad hacia las mujeres.