La educación prohibida es una cita imprescindible para quienes quieren transformar el sistema educativo. Te acercamos una mirada para que te acerques a este documental. Por Lucas Abbruzzese.
“…a todos los niños y jóvenes que quieren crecer en libertad”. A ellos está dedicado el documental La educación prohibida (2012). Porque, a través de cuestionar los parámetros actuales de la escuela, cuyo contenido viene desde hace décadas y sin actualizar, eso es lo que busca: una educación libre, en aras de que los alumnos planifiquen sus propios contenidos, elijan qué desean estudiar y qué no. ¿Qué tiene que ver el actual sistema con la vida? ¿Qué se aprende realmente de importante en los ciclos lectivos? ¿Es por comodidad que los profesores y (muchas veces mal llamados) maestros no critican las formas de encarar la educación? ¿Se prepara al chico realmente para un futuro?
¿Desde cuándo viene este tipo de enseñanza? ¿Qué se busca con ella? Emperadores, gobiernos autoritarios e imperios de hace siglos necesitaban que sus pueblos se eduquen. Pero según sus conveniencias. Que la lógica responda al sistema. La Revolución Industrial del 1800 no sólo modificó las formas de trabajar, sino que la educación se convirtió en lo mismo: las personas pasaron a ser un simple número. Y desde allí, uno de los grandes replanteos: ¿Para qué sirven las calificaciones? En las empresas, los trabajadores se sienten un simple número. ¿O alguna vez, al buscar un trabajo, no les respondieron no poder hacer nada por ser un número dentro de un establecimiento?
El hecho de que “hay que aprobar para progresar” agobia al chico y le trae la consecuencia de que sólo piense en eso, en sacarse una buena nota. Lo aleja del conocimiento, del pensar y del disfrutar el camino. Se preocupan -eso le infunden- en la calificación final y no en la metodología de estudio ni en lo aprendido.
Fomentar la competencia entre alumnos es uno de los objetivos. “Si te va bien, te queremos y vas a servir para la sociedad. Si no, te quedarás estancado”, parece ser la lógica. Un razonamiento acorde a un mundo capitalista que se olvida de los valores y del ser humano. Que fomenta el consumo y desecha las relaciones. Que propone que lo más importante es el materialismo, pero que se le escapa que las ideas, los gustos y la felicidad es el camino y meta (¿existe un fin? ¿Qué hay después de él?)… que nos dice que el objetivo final es lo que importa, mintiéndonos porque el trayecto y el cómo es lo que educará y formará a las personas.
Una educación que aburre a los alumnos, que odian cuando se termina el domingo y aparece el lunes. ¿Qué pasó durante tantos años que los pibes odian concurrir al colegio? Es que no sienten lo que estudian, no les inculcan razonar ni se les consulta cómo se sienten en un lugar. Simplemente acatan órdenes porque, dicen, es la única forma de “ser alguien en la vida”. ¿Acaso uno no “es alguien” desde que nace? ¿Qué le tiene que demostrar a los demás?
“En 12 años (si se suma primaria y secundaria) se aprende muy poquito, no es el estudiante el que fracasa, es el sistema”, contó el educador chileno Carlos Muñoz en el film. Y agregó el doctor Carlos Vélez: “Los colegios de América Latina son espacios de tedio y aburrimiento. Hay una caricatura que hay que romper, la del maestro dictando clases”. ¿Cómo querer luego que el individuo proponga y piense si desde pequeño le dijeron lo que tenía que hacer, cómo, cuándo y dónde? Es la educación lo que no le permite avanzar a las personas, parte de un modelo que pregona seres humanos ignorantes y dóciles para que el poder siga en manos de los mismos de siempre.
Ningún hombre o mujer es igual a otro. Cada uno tiene sus tiempos, sus necesidades, sus contextos y sus gustos. ¿Por qué obligar que todos sepan lo mismo, en el mismo lapso y de igual manera? El colegio, desde su concepción, fomenta estudiar de memoria, no pensar, no reflexionar, no ir más allá. Si no se razona, no se comprende. Víctimas de un sistema de competencia, tanto desde el trato de adulto hacia el joven como hasta que hay premios y castigos, beneficios y malas notas. Abanderados y otros que se sienten menos. La deshumanización en todo su sentido.
“Todos hablan de paz pero nadie educa para la paz, todos educan para la competencia, y la competencia es el principio de cualquier guerra”.
La educación debe ser pública, gratuita, obligatoria y sin aportes religiosos, laica. Que cada ser humano decida por sí mismo y no que le enseñen el camino. Y repensar: ¿Qué significa un colegio? ¿Qué tan parecido a estar encerrados resulta ser? La imagen del profesor es necesario que sea la de alguien que aporte, no que corrija. Que incite al educando a cuestionar y a profundizar. Que busque él mismo el error en sí.
Existe una estructura verticalista que dicta que se debe aprender algo en un momento, algo en otro y obedecer a una norma instalada por el sistema. Se oprime, no se libera. Cumplir con todos los requisitos olvidando que, quienes lo hacen, son personas y no máquinas. “De lo que aprendemos en la escuela, muy poco lo necesitamos para la vida”, sintetizó el pediatra Carlos González.
Un factor importante es que el individuo esté constantemente en conocimiento de uno mismo. Que juegue, descubra, se disperse, construya, experimente, se relacione con los demás, intercambie ideas y acepte las diferencias, que son, en fin, uno de los motores en el día a día. La naturaleza es una de las formas para llevarlo a cabo, saliendo de la estructura plantada de estar sentado en una silla y escuchar y repetir lo que un profesor dice, porque: “Si no se disfruta en el aprendizaje, no hay auténtico aprendizaje”.
En La educación prohibida, además, se propone volver a fortalecer el concepto de amar. Hacer con amor las cosas, que de esa manera mejor fluirán. Cuando eso no existe, aparece el miedo, razón de no intentarlo ni de crecer. El joven y adolescente empieza a pensar en las malas consecuencias y se autocensura. Y aquí, un papel fundamental es el que cumple la familia, esa que muchas veces desea que su hijo sea como el resto en vez de pensar juntos y encontrar soluciones a algún problema. Un estereotipo que está planteado tanto desde los educadores como desde los padres, que piensan que hay que ir detrás de él.
Las calificaciones impiden ver el desarrollo del chico. El horario y los apuros juegan en contra de la creatividad y la libertad. Los gritos y la poca paciencia de los profesores son muestras de que no se siente placer por el maravilloso hecho de enseñar y educar. Pensar en una educación integral y que forme parte de un todo, no que sea fragmentado. Querer -como se escucha varias veces en el documental- “niños estandarizados” es parte de un sistema que se olvida de la libertad. Y por eso este tipo de educación está prohibida.