Por Pablo Potenza
Un clásico revisitado que se desarrolla al máximo para convertirse en algo nuevo. Entre actuación, música y coreografía la obra de Marcelo Savignone ofrece sorpresa y emoción.
Se saben los principios de la estética de Antón Chéjov: economía en la información, síntesis de acontecimientos, prolijidad en el lenguaje, situaciones concretas, actos directos y cotidianos que de pronto ubican a los personajes frente a sentimientos y dudas universales aptos para trascender espacios y tiempos. Esa economía que le da flexibilidad a su clásico La gaviota permite una nueva puesta en la Buenos Aires del siglo XXI. Aunque, para ser precisos, lo que está en escena es un desarrollo de la obra primigenia que, mezclada con El cuaderno de Trigorin de Tennessee Williams, parece colmar, en su ampliación, todos los resquicios libres. La enorme capacidad de recursos puestos aquí en acción hace explotar aquellas formas mínimas a través de un expresionismo que las lleva a lo máximo y transforma al original en otra cosa: este Ensayo sobre La gaviota de Marcelo Savignone.
Ese agregado, el “ensayo”, se manifiesta aquí en una doble acepción, tanto es un texto que expresa el pensamiento de un autor como la práctica que ayuda a corregir errores o incorporar diálogos. La unión de ambos sentidos se logra por medio de la repetición de escenas que conforman, por esa misma condición, un canal para el análisis. Desde el inicio mismo estamos en contacto con este pliegue: al entrar a la sala los actores ya están representando un motivo que repiten de manera continua hasta que el último espectador haya ingresado. Si uno fue de los primeros en sentarse podrá ver la misma escena unas siete u ocho veces sin agotarse, porque el sentido se amplía en la relectura y la repetición tanto permite entender alguna frase antes diluida por su condición fugaz, como elegir dónde poner la mirada entre las diversas acciones que se ejercen en simultáneo. Hay, además, otras formas usadas para generar sentidos por medio de la repetición: las increíbles coreografías que rebobinan situaciones primero desplegadas y las interrupciones de Boris (Marcelo Savignone), que se adelanta y “apunta” lo que después dirá otro personaje. En la repetición, simultaneidad, pausa, avance y retroceso, interrupción e intervención, mirada interna o externa a la escena, parece estar la respuesta ensayística a esa angustia esencial que la obra original planteaba: todo podría ser de otra manera.
Pero todavía hay algo más en este “ensayo”: la técnica. Marcelo Savignone concibió y dirigió una obra que exige actuaciones en varios registros y todos los actores logran ese uso extremo del cuerpo que el director espera y saca de ellos. Componen cuadros estéticos que rozan lo plástico; realizan complejas coreografías, que unas veces funcionan como parte de la trama musicalizada (el hondo lamento de Lou Reed en la frontera entre canto y recitado) y otras parecen independizarse en video clips –con cámaras lentas, congelamientos, agregaciones, velocidad– hechos para ilustrar lo que una canción dice (las guitarras superpuestas en el desgarro del tema “Let down” de Radiohead); ilustran el dolor de un personaje, a través de una melodía simple que ellos mismos cantan en vivo con arreglos a dos voces y funciona como un arrullo profundo que estremece desde detrás de bambalinas; o sorprenden con otras coreografías que imitan el vuelo de la gaviota, extendidas, incluso, hasta el saludo final. El salto desesperado e impotente de Boris queriendo sacar de adentro un dolor, una carga moral, mientras se retuerce en el aire y procura que cada miembro (piernas y brazos) dé un latigazo hacia afuera hasta llegar a los propios límites y así derramarse, no es un salto cualquiera; es un salto coreográfico, bello, extremo, doloroso y perfecto: el drama en su punto más alto.
Todo parece querer mostrar la capacidad expresiva de los cuerpos. ¿Será esa otra de las respuestas del “ensayo”: los cuerpos como expresión de sus pasiones y las pasiones como potencialidad de los cuerpos? ¿Cómo sacar por el lenguaje corporal algo que es lenguaje de la mente? En síntesis, es la búsqueda de la libertad cuyo símbolo es la gaviota, dispuesta para la vida y la muerte como el hombre mismo.
Ensayo sobre La gaviota es un camino de intensidad que consigue provocar la conmoción del público; teatro de la entrega, escenas actuadas en el límite de la perfección para no caer en la parodia que se encuentra ahí nomás, como ese prisma de miradas trabajadas en detalle que se cruzan en el cuadro final; allí están los encuentros y desencuentros, los desvíos y las uniones, el punto en el que las almas y los cuerpos se tocan y se separan, el gran drama humano: cómo estamos unidos y separados al mismo tiempo.
Ensayo sobre La gaviota. Teatro La Carpintería: Jean Jaurès 858.
Concepción, dirección y coreografías: Marcelo Savignone.
Actúan: María Florencia Álvarez, Mercedes Carbonella, Luciano Cohen, Merceditas Elordi, Pedro Risi, Belén Santos y Marcelo Savignone.
Funciones: domingos 20:30 hs. A partir de junio, también los viernes 22:30 hs.