Por Camila Parodi y Laura Salomé Canteros
Reina Maraz Bejarano solo habla quechua y estuvo detenida en el penal de Los Hornos sin saber por qué era acusada. Fue víctima de violencias de parte de su marido y condenada a perpetua por su muerte legitimando sus padecimientos. Sin embargo, hay mujeres que se organizan e identificándose con su historia hoy la acompañan y levantan la bandera abandonada, la que reclama por su libertad.
Un local que, a simple vista es uno más de la Villa 20 de Lugano. Sin embargo sólo cuatro paredes se necesitaron para que se contenga lo incontenible, historias de vidas y organización desbordan por las paredes y veredas de la barriada. “En este espacio que tal vez parece chiquito se hacen muchas cosas”, destaca una vecina al presentar el lugar. Es así, en él las historias de las mujeres trabajadoras, madres, migrantes se cruzan y reconocen en un mismo entramado, aquel que las ató junto a sus antepasadas a un lugar de sumisión y miedo.
Por eso, desde la participación y el intercambio las vecinas organizadas en la Asamblea de Mujeres de la Federación de Organizaciones de Base (FOB) de Lugano, construyen en su cotidiano nuevas formas de relacionarse, y siendo protagonistas de sus vidas desafían al destino que la historia les ha impuesto. Eso que parecía normal desde el colectivo se puede cuestionar, una vez terminado su taller de serigrafía que las encuentra todos los miércoles por las mañana, se sientan risueñas y mientras gira el primer té de muchos una compañera se anima a romper el silencio, “este espacio ayuda mucho a concientizar, a abrirte los ojos, es como que estás durmiendo y te despierta porque sientes el apoyo de las otras mujeres, eso no lo ves en tu casa”.
Aquellas violencias cotidianas comienzan a incomodar, se puede vivir sin ellas advierten las mujeres organizadas de la FOB y notan el cambio, “mi marido en Bolivia me pegaba, yo me vine con mis hijas y ahora estoy feliz”, comparte a la ronda una integrante sabiendo que no decía ninguna novedad, y la compañía no tardó en llegar, “por mi parte, dependía de mi marido, ahora la vida desde que vengo acá no es la misma, ahora estoy bien”. Aquí los tiempos y los deseos propios tienen prioridad, por eso el sentido de pertenencia y autonomía construido, en un lugar donde cualquier reflexión es escuchada, cuidada y esperada. “Yo era muy cerrada”, expresa una joven entre las doñitas, “más bien recién estoy empezando a hablar, me estoy liberando poco a poco”, por eso concluye “este espacio me ayudó mucho en lo personal.”
De a poco la palabra comienza a circular, “acá me entero cuáles son mis derechos como mujer, esa experiencia que construimos nos sirve para nosotras y para trasmitirle a mis hijas”, aporta otra integrante de la Asamblea. Nos cuentan que fue cambiando con el tiempo, desde que tienen espacio propio ha sido más cercana y profunda en ella, “se habla de todo, cómo ayudarnos, charlamos de nosotras mismas y nuestros problemas, cómo cuidarnos” expresan. Y entre risas y realidad se escucha bajito, “ya podemos defendernos sólo hay que aprender a pelear”.
El derecho a la identidad y la toma de la palabra
“A partir de la historia de Reina cambiamos nuestra dinámica”, relata Eugenia Lara, integrante de la Asamblea de Lugano y de la Campaña Nacional contra las Violencias hacia las Mujeres. “El día de la movilización (una de las primeras que se realizó por la libertad de Reina), se hizo una asamblea, pero en quechua”, recuerda, “todas las que no sabíamos la lengua no entendíamos nada y había mucha potencia entre las que hablaban. Ahí algunas vivenciamos a la inversa lo que significa desconocer el lenguaje, porque si bien estábamos por lo mismo, fue fuerte que las propias compañeras pudieran tomar la palabra, porque cuando la tomaron, lo hicieron en su lengua”.
El respeto por las identidades y la diversidad en cada frase, las contradicciones de las patrias patriarcales y las deudas rumbo a la tan ansiada hermandad nuestroamericana, hace reflexionar a estas mujeres en torno a sus propias vivencias y las de Reina, identificándose todas en los diferentes relatos de violencias que allí circulan. “Como no sabía bien el castellano quedó presa injustamente”, dice una de las compañeras de la Asamblea en diálogo con Marcha. “De Bolivia algunas personas vienen, de ciudad y otras de pueblitos donde hablan quechua o aymara, y acá no saben cómo expresarse”, dicen y acuerdan en tono de reflexión.
“Mi papa no nos quiso enseñar el quechua para que no nos cueste como les costó a mis hermanos más grandes. Por eso no aprendí el idioma”, relata Jilma Calicho, integrante de la Asamblea, “la mayoría de nuestros hijos, la segunda camada ya no sabe el idioma para evitar la discriminación”, expresa. Por otro lado, en la Asamblea construyeron un espacio propio de respeto y recuperación, “siempre hay un murmullo en nuestras asambleas, y es seguro alguna que le está traduciendo a la otra, la vida del movimiento está muy permeada por la cultura de las compañeras”, dice Eugenia. “Tenemos derecho a hablar quechua”, cierra Jilma.
“Donde vamos siempre llevamos el nombre de Reina”
“Me duele mucho lo que pasa”, relata una de las integrantes de la Asamblea casi al unísono con la otra solidaria que traduce del quechua. “Cuando fui por primera vez a ver a Reina me preocupé mucho, lloraba y pensaba todo el tiempo en ella, no me la podía sacar de la mente. Después nosotras salimos a movilizarnos pidiendo justicia, ella no puede entrar así nomás a cadena perpetua”, dicen.
Hoy Reina Maraz es una más de sus banderas. Y por ella, a través de ella, y para que no se repita en otras como ella, repudian –sin perder la alegría- la suma de violencias de la que fue presa su congénere. “A Reina la tomé como mi hermana”, relata Jilma, “como ella, soy mujer y hablo quechua y no puede pasar algo así porque ella no podía defenderse, capaz si hubiera podido decir algo no estaría así”.
“Desde ese momento movilizamos y la visitamos. Siempre la apoyamos, no la dejamos con el tiempo ella nos fue contando cómo le pasó esas cosas malas y ahora la estamos tratando de ayudar en olvidar diciéndole que la vamos a sacar, que va a ser libre, que así no se va a quedar, que somos un montón para apoyar. Ella siente en nuestra organización mucha confianza, cuando la visitamos nos trata como sus hermanas: ahora ella no está sola, está con nosotras”, dicen.
“Ahora está mejor, antes estaba más cerrada tenía miedo”, dicen las mujeres de la Asamblea que hoy acompañan a Reina Maraz en el cumplimiento de la pena privativa de la libertad que la condena. “A llorar siempre voy yo a ver a la Reina, triste me pone. Al principio volvía con dolor de mi pecho, ahora ya no”, dice una en quechua. El acompañamiento se lo toman con responsabilidad y cuidado, “vamos a estar con ella, a escucharla, a darle la seguridad de que va a salir, que ya no va a sufrir, que va a ver sus hijos” y así ella “ya se siente mejor”.
“De todas las luchas, el caso de Reina y su historia es de la que más nos apropiamos por todas las similitudes que tiene con las historias de vida de las compañeras”, dice Eugenia, y Jilma agrega, “donde vamos siempre llevamos el nombre Reina, no queremos que quede oculto, queremos que se conozca lo que le está pasando”.
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