Por Agustín Bontempo* / @agusbontempo / Foto por Veinticuatro/Tres
Un nuevo #NiUnaMenos y dentro de la necesaria transformación cultural para terminar con la violencia de género, los varones tenemos obligaciones mínimas que cumplir.
Se sabe, aunque algunos no quieran verlo, que la cadena que se construye en un acto de violencia de género explícito es mucho más largo y complejo de lo que parece. En esta sociedad patriarcal en la que vivimos, parece que violencia de género es solamente el hecho concreto de un varón matando una mujer. Y recién allí, con mucha suerte y superados los obstáculos de “¿Qué le hiciste para que te pegue?”, empezamos a hablar de violencia.
Pues bien, la violencia es mucho más que eso y por supuesto, mucho menos visible. La violencia machista puede ser verbal, es el sometimiento, el control, los pequeños y simpáticos golpes, los gritos, los empujones, las trompadas y los asesinatos.
Para que no nos falte ni una sola mujer más, debemos empezar trabajando a nuestro interior, autocríticamente pero no para la tribuna, sino con el convencimiento de que esa mujer que tenemos adelante es una persona a la que le corresponde gozar de todos los derechos y obligaciones como cualquier varón. Y ese es, sin embargo, apenas un paso de un compromiso más amplio que es la transformación de nuestras estructuras sociales, culturales y sus instituciones.
Ese piropo “simpático”
Varón, si tan macho eres, no cosifiques a las mujeres. Muy a pesar de muchos no es un derecho decirle cosas por la calle. Mucho menos una obligación de ellas quedarse calladas ante ese hecho para no ser tildadas de “histéricas”. No está bien decirle “hermosa” ni “bombón” si no solicitó tu opinión, mucho menos tratarla de “puta” e invitarla a tener sexo como si fuese su anhelo más preciado. El primer paso es ese: entender que las mujeres son personas, no objetos. Y más allá de que somos constituidos en esta sociedad que tiene un claro sesgo patriarcal, tenemos que saber que no tienen dueño.
A esta altura está claro que si no es nuestro derecho ni su obligación participar alegremente de esa situación, menos podemos acosarlas. Y si, tocarle la cola, rozar su pierna, apoyarlas en el transporte público, es acoso.
Puede sonar exagerado y es posible, sino seguro, que la gran mayoría de las personas que acosan verbal o físicamente en esta escala, no sean potenciales femicidas. Pero la gran rueda que culmina con los asesinatos de mujeres empieza por una sociedad que avala la cosificación, la pertenencia y el no respeto por sus mínimos derechos. Y lamentablemente un porcentaje altísimo de varones cometen estos primeros pequeños, pero importantes, hechos de violencia.
En este accionar público y social, lo más aberrante y vergonzoso que podemos hacer es mostrar nuestro pene. Es obvio que no quería verlo y es importante saber que, por más fortaleza que tenga una mujer, es un hecho desagradable y que puede instalar algún temor porque, conscientes o no, ellas saben (y nosotros también) que una violación puede estar a la vuelta de la esquina y la justicia, patriarcal por excelencia, puede moverse con una desesperante lentitud.
No hagas giladas, arrancá terapia
Todo lo que decíamos antes es grave desde ya, desde lo más chiquito a lo más desubicado. Pero la cosa se pone más compleja en los espacios de intimidad. Al respecto, hay muchos trabajos que abordan la violencia machista desde un enfoque cultural, social y/o psicológico. En este modesto artículo podemos decir dos cosas: por un lado, si violentás a una mujer, sea sexual o físicamente, es un delito. Si de mi depende, deberías estar en cana. Por otro lado, si asumís esto que estás leyendo, anda a terapia, tal vez un tratamiento psicológico o psiquiátrico te pueda ayudar.
El amor no duele, a lo sumo puede doler una circunstancia de desamor y le pasa al corazón, a la piel, a la sangre. Pero no le duele al cuerpo, no deja moretones ni aturde los oídos. Si le gritas o pegas a una mujer, sea tu amiga, hermana, madre o novia, no lo haces por amor. Sos un violento. Y a diferencia del piropeador público, vos sí sos un potencial femicida.
El asesinato de una mujer por parte de un varón nunca es crimen pasional. Reitero, el amor no duele. Y si elije a otro no te lo hace de jodida ni para darte una lección. No sos el centro del mundo, simplemente puede gustarle otra persona. Lo más varonil que podemos hacer es aceptarlo ya que, como vos, ella también es libre de hacer lo que quiere.
Estos problemas, el sentido de propiedad, la obsesió, suelen ser algunas de las razones para celar salidas y relaciones, gritar e insultar por pura desconfianza que suele ser infundada, para luego empujar y pegar. Y en una mano que se fue de más, la matas. Varón, si sos consciente de que te estas portando mal, estás a tiempo. Mujer, cuando te violentan de alguna manera, por más pequeña que sea, el riesgo puede ser grande.
Una síntesis seria
Mencionar estas cuestiones mínimas y de esta manera puede resultar gracioso pero lo importante es que sean claras. Cientas de mujeres en Argentina, miles y millones en el mundo mueren todos los años en manose varones violentos que causan la violencia femicida. Como si ya no fuese injusto que cobren menos salario por mismo trabajo, que las publicidades las condenen a la limpieza y la cocina, que ante alguna falla deban soportar el “es mujer”, ocurre que a causae la discriminación, violencia, actitud social y racionalizante construida para preservar privilegios de poder y libertad con que gozan los varones, también pueden morir asesinadas.
En esta sociedad machista somos los hombres quienes vivimos la paranoia de género superior para decidir sobre sus derechos o sus elecciones. Y es así que, además, las mujeres desaparecen en redes de trata porque claro, son objetos que pueden ser comercializados. O son prostitutas de élite, porque supuestamente es una elección y no otra demostración de nuestro deterioro humano. Esta sociedad es tan patriarcal que las mujeres pobres son violadas y mueren tratando de hacerse un aborto clandestino, porque el que es seguro queda reservado para las billeteras holgadas. Y claro está que no es agradable transitar por esa situación, en ningún caso, pero que seamos los hombres quienes nos negamos ante la ley pero avalamos los procedimientos bajo las alfombras, es grave. Hablamos de un derecho que garantice la vida, no de un plan denominado “Aborto para todas”.
Muchas veces el transcurrir de una mujer por este mundo, incluso de la más exitosa, puede ser apremiante por todas estas cuestiones. Y allí está, latente, tomar una decisión que moleste al cobarde para que luego la asesine.
El cambio debe ser cultural, pero no transcurre solo. Hay que asumir compromisos al respecto. Y ya no podemos esperar más.
*editor de la sección Nacionales e integrante del Colectivo Editorial de Marcha.
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