Por Álvaro Bretal
Hay clásicos del cine que es necesario recordar e imprescindible volver ver. Hoy vamos a hablar de “El ángel exterminador”, película del célebre Luis Buñuel.
“La gente siempre quiere una explicación para todo. Es la consecuencia de siglos de educación burguesa. Y para todo lo que no encuentran explicación, recurren en última instancia a Dios. Pero, ¿de qué les sirve? A continuación tendrían que explicar a Dios.”
Luis Buñuel
A comienzos de los sesenta, tras un breve período de producciones con equipo técnico y actores franceses (1956-1959), un film norteamericano (La joven, 1960) y otro mayormente español (Viridiana, 1961), Luis Buñuel volvió a filmar a México, país en el que había producido todas sus obras en el fructífero período que va desde mediados de los cuarentas hasta mediados de los cincuentas y que había dado como resultado algunas de sus mejores películas (Los olvidados, Él y Ensayo de un crimen, entre otras). Si bien durante esos años Buñuel no dejó realmente de trabajar en México (dos de sus tres películas francesas tienen capital mexicano y otra obra mayor, Nazarín, fue filmada enteramente en el país centroamericano entre 1958 y 1959), recién con El ángel exterminador pudo volver a apuntar sus balas contra el México contemporáneo. Un gesto que, en parte, era consecuencia de la gran libertad creativa adquirida tras el éxito internacional de Viridiana, su film inmediatamente anterior.
El productor Gustavo Alatriste, que también había producido Viridiana, convenció a Buñuel para que filmara lo que en sus palabras era “un viejo guión imposible”: la historia de un grupo de burgueses que, luego de participar de una cena en la mansión de uno de ellos, quedan encerrados sin razón aparente. Lo que en un principio había sido la idea para un cortometraje titulado Los náufragos de la calle Providencia pasó a tener un nombre misterioso tomado directamente del Apocalipsis, ilustrado en los afiches promocionales del film por un fragmento de la Flagelación de San Jerónimo por los ángeles (1657) del pintor español Juan de Valdés Leal. Antes de la filmación, Buñuel estaba entusiasmado con hacer una película refinada, con interiores que recordaran a los de los films de Luchino Visconti. Sin embargo, la libertad artística no se vio reflejada en un presupuesto holgado y El ángel exterminador resultó una película relativamente económica, con interiores y cualidades técnicas no muy diferentes de los de otras películas suyas de ese período. Años más tarde Buñuel se quejaría de haberla filmado en México suponiendo que, de haberla hecho en Francia o Inglaterra, tal vez habría tenido la oportunidad de hacer un film lujoso, más acorde a sus deseos.
El ángel exterminador parte de una idea sencilla, básica, y la estira hasta lo imposible. En parte esto se debe a que, como dije, se trata de una suerte de “cortometraje alargado”. A partir de la premisa básica se desarrollan una serie de situaciones aparentemente irrelevantes, pero que en realidad constituyen el núcleo de la película. A diferencia de otros films de Buñuel caracterizados como “surrealistas” (Un perro andaluz y La edad de oro en su primera etapa, y varios del período francés posterior, como La vía láctea o El discreto encanto de la burguesía) en esta película no suceden hechos aparentemente inconexos o ilógicos con regularidad. La narración es clara y directa. Tan sólo hay unos pocos acontecimientos inexplicables: uno de ellos tiene un rol narrativo fundamental (la imposibilidad de los burgueses de salir de la mansión aunque todas las puertas se encuentren abiertas) y los demás son secundarios, aunque no por eso menos llamativos. En un momento, cerca del final del film, aparecen en la mansión un oso y tres ovejas, que son observados con incredulidad por los desafortunados comensales. No hay ningún motivo aparente para que esos animales estén allí. Todo indicaría que, detrás de esa curiosa escena, se esconde un significado oculto. Buñuel, sin embargo, siempre argumentó lo contrario: “[C]uando en la conferencia de prensa de Cannes preguntaron los críticos a Juan Luis [Buñuel, su hijo mayor] que por qué había en el film un oso deambulando por la fiesta elegante, contestó: «Porque a mi padre le gustan los osos». Es la verdad”. Buñuel, se sabe, nunca sintió mucha simpatía por las alegorías y las metáforas.
Durante el transcurso de las interminables jornadas de encierro, los invitados tienen que empezar a vivir de una forma lamentable, en contraposición a una vida cotidiana que podemos imaginar amable y sin sobresaltos. Tras pesadillas, peleas, arrebatos de desesperación y numerosas hipótesis sobre qué estaría ocurriendo en el mundo exterior, los personajes logran subsistir a la desconcertante tragedia. La situación de creciente decadencia en la que los posiciona Buñuel habilita a que tanto él como los espectadores puedan regodearse con cierta crueldad. Sin embargo, Buñuel no está interesado en torturar a sus personajes: los observa con sorna, pero no sin algo de compasión. Los personajes nunca sufren más de lo indispensable para llevar adelante la trama. Buñuel decía que, aunque muchos elementos de El ángel exterminador no tuvieran un significado específico, “todos tienen derecho a interpretarlo como quieran” y que él prefería darle una interpretación histórico-social. Si bien no desarrollaba en qué consistía esta interpretación, evidentemente no es gratuito que, de todas las clases sociales, los personajes encerrados pertenezcan a la burguesía. De hecho, en los primeros minutos de la película, algo (nuevamente, una fuerza inexplicable) lleva a los empleados domésticos a huir de la casa, razón por la cual no comparten el destino de los personajes adinerados. No sólo eso: en el último tramo del film, cuando los burgueses, ya liberados, están saliendo de misa, ocurre lo que parece ser una rebelión seguida de represión policial –mostradas en un par de planos breves y sonidos de gritos y disparos–, cuyos motivos y actores nunca son explicados. Durante la revuelta, un grupo numeroso de ovejas aprovecha para entrar a la iglesia.
Si Viridiana había sido un éxito internacional, El ángel exterminador corrió una suerte ligeramente distinta: la recepción del público fue fría y en el Festival de Cannes sólo obtuvo el premio de la asociación de críticos FIPRESCI. Una razón posible es su alto grado de abstracción. En las películas de Buñuel los dardos suelen estar dirigidos con claridad: a la burguesía, a los militares, a la iglesia, a las instituciones en general. En El ángel exterminador todo es más difuso: los personajes son víctimas de un acontecimiento inexplicable y apenas hay lugar para las confrontaciones de clase que hacían de Viridiana una película relativamente explícita –aunque ambigua– en sus caracterizaciones sociales. El tiempo fue justo con El ángel exterminador: se convirtió en una obra clave de la filmografía de Buñuel, gracias a –y no a pesar de– su premisa ridícula, su abstracción y su desdén por las explicaciones racionales. En una época en la que es posible encontrar en internet páginas y páginas de teorizaciones alrededor de ciertas películas en apariencia complejas o intelectualmente desafiantes (dos ejemplos claros son Interestelar y El origen de Christopher Nolan, aunque también han sido víctimas de esta moda films de un director tan poco interesado en las explicaciones racionales como David Lynch), El ángel exterminador sugiere que a veces es preferible no salir a buscar interpretaciones exteriores (filosóficas, psicológicas) y dejarse sumergir en el universo del film, en sus reglas y en su lógica interna.