El film polaco ganador de más de diez premios, incluyendo el Oscar a mejor película extranjera, nos presenta la historia de una novicia enfrentada a las contradicciones que encarna la propia historia, la religión, la fe y la experiencia dentro y fuera de un convento. Es un film que va en contra de la simplificación, que complica las cosas: c’est la vie. Entre las paradojas que puede presentar la vida, hay una particularmente difícil para la protagonista de esta historia: ser una monja judía.
Ida (2013) es, sobre todo, un film sobre la identidad, un interrogante que se postula a la vez sobre el pasado y sobre el presente, en donde una joven novicia huérfana se enfrenta por un lado a las consecuencias del Holocausto y por el otro, a los efectos de experimentar la vida, hasta con sus detalles más pequeños, por primera vez, fuera del encierro del convento.
La aventura de esta novicia comienza pocas semanas antes de tomar los votos religiosos, cuando es enviada a conocer a su único familiar todavía vivo, su tía Wanda (Agata Kulesza), que le da a conocer sus orígenes judíos. Encuentro de personajes antagónicos si los hay. Ida (Agata Trzebuchowska) es una novicia bella, tímida y retraída (pero en parte también astuta) y su tía, una jueza miembro del Partido Comunista, alcohólica, cínica y amante del sexo casual, pero sobre todo, una mujer marcada por el trauma del Holocausto y la persecución.
Comienza a partir de este encuentro la reconstrucción de un pasado desconocido para Ida, reconstrucción a partir de los restos, pero ¿qué queda después de la destrucción de la guerra? Para Ida y Wanda sólo los huesos. Ambas se aventuran a encontrar los restos de su familia asesinada para poder llevarlos a un cementerio judío y así, recuperar algo de su historia: “no hay tumbas. Ni para ellos, ni para ningún judío”, le explica Wanda a Ida.
Ida se ve arrojada no solamente ante las contradicciones impuestas por la religión como identidad (ser católica o ser judía, o ambas a la vez), sino también a las contradicciones impuestas por la propia experiencia: el mundo conocido intramuros en el convento en que nació y se crió (la disciplina, el silencio, el encierro) y el mundo extramuros que su tía le permite conocer (los excesos, la música, la seducción). Wanda encarna un personaje amoroso pero a la vez provocador: “Qué pasa si vas allí y descubres que no existe Dios”, le dice a su sobrina.
Ambientada en los años ’60, el film de Pawel Pawlikowsi expone los paisajes austeros de Polonia con la marca impresa de las heridas abiertas aún tras la Segunda Guerra Mundial. La fotografía en blanco y negro, y el formato en 4:3 hacen de este film una pieza única: cómo se apreciarían de otra forma los campos polacos cubiertos de nieve, o los edificios carcomidos por la humedad y la pobreza, pero sobre todo -y soy enfática en esto- los grandes ojos negros de Ida.
La película se expresa de forma sublime con el lenguaje de lo visual, propio del cine, pero también (y de una manera precisa y sutil, para lo cual se necesita un espectador despierto) con otro lenguaje: el de las emociones, por medio de la experiencia directa con los rostros, los gestos y los movimientos. Se descubre la faceta rebelde de Ida sólo de esta forma, a través de una risa en medio del almuerzo silencioso del convento, de una mirada tímida a su compañera para ver qué se trasluce en el camisón mientras se baña, de los tragos al whisky de la tía y… todavía un poco más, pero no les voy a arruinar esta parte de la historia que pueden ver ustedes por sí mismos.
Pawlikowsi expone el dolor producto del Holocausto desde un punto de vista personal, subjetivo. No es la revisión de la estadística o los libros de historia, sino la visión de dos simples vidas tocadas por el horror (a escalas siniestras) del accionar humano. El sentido por la vida que el holocausto se encargó de abolir será restaurado por Ida, quien reconstruye el pasado interrogando al presente: “¿quién eres?”, le pregunta a su tía, y ella responde: “Nadie hoy en día”.
Historia sobre la muerte y la vida. Sobre el ser (sobre quién ser, sobre lo complicada y paradójica que puede resultar la vida humana), atravesado por la historia. Momento de decidir: Wanda es categórica con su decisión (solo puedo adelantar esto), mientras que Ida todavía debe enfrentarse a su realidad respondiendo al voto de “castidad, pobreza y obediencia” que le espera en el convento. Pero ahora, ya nada es lo mismo…