Por Mauricio Polchi / Fotos por Analía Cid
Ayer, 600 trabajadoras y trabajadores se enteraron a partir de un cartel que la multinacional PepsiCo cerraba su planta de Vicente López, en Buenos Aires. Mientras la empresa alegó “su compleja estructura de costos y extensos requerimientos logísticos”, las y los despedidos se plantaron con un acampe y con dignidad laburante.
“El país ha comenzado a crecer”, afirmó el presidente Mauricio Macri, el último martes 20 de junio, al hablar en el acto central del Día de la Bandera que se realizó en la ciudad de Rosario. Sin embargo, sus dichos se desvanecen, tanto en la realidad palpable como en los datos que arroja su propio gobierno.
De acuerdo con los recientes datos difundidos por el INDEC, en la Argentina nuevamente aumentó la desocupación en los últimos meses. En total, un 9,2% de la población se encuentra desempleada. En el período anterior el resultado había dado 7,6%, casi dos puntos menos. En el país, son 1,7 millón de desocupados y desocupadas. La situación más crítica se refleja en el Gran Buenos Aires, con un 11,8%, lo que represeta 639.000 personas afectadas.
Justamente, en territorio bonaerense, y mientras el presidente largaba esa frase ficticia desde la provincia de Santa Fe (con un monumento vallado y el pueblo lejos), la crisis se agudizó por el cierre de la planta de PepsiCo de Florida, Vicente López. Allí un escueto cartel pegado en la entrada de la calle Gervasio Artigas anunciaba la peor noticia: “Se comunica al personal que queda transitoriamente liberado de prestar servicios”; una libertad que, claro está, no deleitaba a los trabajadores. Y agregaba que lo hacían “manteniendo el goce de haberes”; un goce que, claro está, tampoco servía a nadie.
Sobran motivos y faltan palabras
José Luis Fungueriño es uno de quienes perdieron su trabajo a través de una esquela, y así lo cuenta, todavía sin poder creerlo: “Cuando llegamos había un cartel. De boca en boca nos fuimos enterando todos porque desde la empresa no habían dicho nada; en ningún momento nos dieron certeza de lo que iba a pasar. Pero el feriado cerraron y 600 personas se quedaron sin trabajo. Y a eso hay que sumarle una cantidad importante de tercerizados”.
Se refiere a ese mismo día en el que el Presidente fantaseaba con el crecimiento en la producción. Ese mismo, sí, porque el día anterior habían trabajo normalmente: “El lunes cumplimos la jornada como siempre y el martes feriado pusieron los carteles en todas las puertas, con total insensibilidad hacia los trabajadores”. “Los empresarios se aprovechan de que este gobierno les dio una mano grande para que hagan este tipos de cosas –amplió, y advirtió por despidos futuros–: El gremio de la alimentación tiene que estar en alerta, porque si esto lo hizo una compañía grande van a seguir así en otros lugares”.
Desde el martes plantaron un campamento, entonces, para obtener respuestas más concretas y con la idea, siempre, de recuperar sus fuentes de trabajo. No olvidemos que Pepsico es una multinacional, con sede en Nueva York, y hoy puede encontrarse en cualquier buscador el siguiente dato curioso: “Sobre la base de los ingresos netos, PepsiCo es la segunda mayor empresa de alimentos y bebidas en el mundo, presente en más de 200 países con diferentes marcas (algunas regionales)”. Por eso, que 600 personas se queden sin trabajo, que las posibles excusas futuras sean la baja de productividad o la imposibilidad de costear sus sueldos, con esos datos (curiosos, dijimos; macabros, también) es tan cruel como empezar a sentir nuevamente el aroma de las ollas populares creciendo acá y allá en pleno junio, en plena crecida del frío.
Las voces se siguen sumando. Juan Carlos Rodas tiene 25 años de antigüedad y nos cuenta: “Yo pase toda una vida acá, vi pasar muchos compañeros, muchas cosas, y ahora me quedé en la calle”. “Tengo esposa, dos hijos que van a la escuela, y la veo re jodida, por la edad, y también por la situación económica del país. En vez de avanzar vamos para atrás, parece la década del 90”, remarcó.
Hernán Bacarin es otro de los que cuenta con más de dos décadas de antigüedad, y se suma: “Yo hace 22 años vengo todos los días a trabajar. Hemos pasado muchas de estas, pero parece que esto es mucho más complicado. Lo lamento por mis hijos, que son chicos, alquilo…”. “Estoy sin palabras”, agregó. Aunque la falta de palabras, para cada uno y cada una, se va transformando en acción: en resistencia y acampe, en dignidad y fueguito que enciende una olla y ayuda a pasar la noche.