Por Marcelo Massarino.
El Club de Primera D homenajea a los fusilados de José León Suárez en su casaca, a los de 1956, pero también a los pibes que mata la Policía en La Cárcova en la actualidad. Fútbol, memoria y compromiso.
“Hay un fusilado que vive” escuchó el periodista Rodolfo Walsh entre los tableros y trebejos del Club de Ajedrez de La Plata. Así nació la investigación periodística que publicó, en partes, el diario Mayoría y que dio origen a Operación Masacre, el libro emblemático de Walsh, detenido-desaparecido en 1977 mientras distribuía su “Carta Abierta de un escritor a la Junta Militar”. En sus páginas devela la trama de la represión contra los civiles y militares que se alzaron en la noche del 9 de junio de 1956 contra la dictadura de la denominada “Revolución Libertadora”, que había derrocado al presidente constitucional Juan Domingo Perón, en 1955.
“Hay un fusilado que vive” es la frase que retumba en la memoria colectiva de un pueblo que, casi sesenta años después, no olvida ni perdona los fusilamientos en los basurales de José León Suárez, cuando doce civiles corrían en la oscuridad iluminada por los faros de los móviles y los disparos de los máusers de la Policía de la Provincia de Buenos Aires. Cinco murieron y siete sobrevivieron a las descargas.
El barrio, un club, y su memoria
José León Suárez es una localidad ubicada al norte del partido de San Martín, en el conurbano bonaerense, allí donde los límites son difusos entre Villa Ballester, Boulogne y Villa Adelina. En Suárez, el lugar de la tragedia que narró Rodolfo Walsh, nació el club Central Argentino que tras cincuenta años de historia se desafilió de la Asociación del Futbol Argentino. Entonces, en 1974, un grupo de socios decidió fundar el Club Social y Deportivo Central Ballester, con los colores azul y amarillo, inspirados en el viejo Ferrocarril Central Argentino, que pintaba así sus barreras.
Corrido por la pobreza y las necesidades, Central Ballester tuvo sedes siempre en la zona y una cancha en Villa La Cárcova, pero la necesidad de un pedazo de tierra pudo más y el terreno fue invadido por los vecinos. Ahora construye un nuevo predio en Sarratea y Camino del Buen Ayre, donde incluye a los pibes del barrio mediante el deporte.
“Hay un fusilado que vive” es una frase que resuena en José León Suárez cuando se recuerda las muertes de Franco Almirón y Mauricio Arce Ramos a manos de policías bonaerenses durante la represión del 3 de febrero de 2011. También, cuando hablamos de los enfermos por contaminación ambiental, producto de los vertederos de residuos tóxicos y basurales que aún perduran en el siglo veintiuno.
Los dirigentes de Central Ballester pensaron cómo reivindicar la pertenencia al barrio y honrar su memoria histórica. Así surgió la idea de crear una camiseta alternativa que recuerde a los fusilados del ’56, y que el equipo lucirá en el campeonato de Primera D que organiza la AFA. El diseño de la casaca partió del óleo del pintor Francisco de Goya, que ilustra los fusilamientos de las tropas de Napoléon, en España. Esa pintura fue utilizada en una de las ediciones de Operación Masacre y también inspiró la tapa del disco ¡Bang¡ ¡Bang¡ Estás liquidado, de Rocambole para los Redonditos de Ricota. Así nació la figura del hombre que extiende sus brazos mientras los ejecutores apuntan sus fusiles desde ambos lados.
Recordar la Masacre de José Léon Suárez es también repudiar a los golpes militares y a la violencia institucional que continúa matando pibes, como los de Villa La Cárcova. Cada vez que los futbolistas de Central Ballester salen a la cancha representan lo más genuino del fútbol: el amor por los colores del club, pero también al juego limpio; a la historia; a los socios e hinchas que día a día ponen en práctica la solidaridad más genuina que es darle una mano al otro; y a un colectivo social que no olvida a sus mártires porque la única forma de construir una sociedad democrática, plural y solidaria es con Memoria, Verdad y Justicia.