Por Francisco J Cantamutto
El viraje protagonizado por Macri en Argentina se inscribe en un proceso más amplio de cambio de agenda a escala global.
Las disputas políticas suelen tomar formas nacionales en la disputa por el Estado, momento clave de la estructuración de cualquier proyecto social. Pero esto implica que esos proyectos sociales se limiten por esas fronteras. El marco global de referencia es clave para comprender los procesos de cambio.
Así, resulta insuficiente analizar el programa de Cambiemos en el gobierno de Argentina solo bajo coordenadas nacionales. Sin dudas, diversos condicionantes de la política interna definieron este resultado, entre los cuales la disputa al interior del bloque en el poder parece haber sido una característica definitoria. Tempranamente señalamos que Cambiemos representaba fracciones del bloque en el poder menos dispuestas a hacer concesiones a las clases populares. La construcción del discurso de esta fuerza se hizo a partir de la matriz propuesta por las fracciones concentradas del sector agropecuario, incipiente en su protesta en 2008.
La alianza que Cambiemos representa incluye también a otras fracciones del bloque en el poder: la financiera, la que opera en los servicios públicos y el capital extranjero en general. Estas fracciones tienen entre sí disputas no triviales sobre el rumbo específico que debería tomar la acumulación, pero tienen acuerdos comunes que les permiten avanzar con políticas concretas. Entre ellos, se resaltan el sesgo anti-popular y el frente externo. Sobre este segundo acuerdo hace falta enfatizar.
Tratándose de capitales extranjeros y fracciones internacionalizadas del capital local, su prioridad parece ser reestructurar las formas de negocio más directas posibles con los centros de acumulación global, con las menores mediaciones posibles. En este sentido, y concordante con el sesgo anti-popular, la búsqueda de negocios directos sin cortapisas parece tentadora en materia de ganancias potenciales, pero soslaya el problema político de legitimar tales decisiones. Les juega a favor la aún insuficiente confluencia popular de resistencia, que les permite ganar tiempo en la puesta en práctica del programa.
De manera concreta, el escenario mundial en que se inserta Argentina es uno signado por la crisis. La misma que desde 2008 marca los tiempos a través de sus diferentes fases. La débil demanda externa y la caída de los términos de intercambio, sumadas a la crisis de Brasil, significan severos problemas para un modelo que pretende hacerse viable por el impulso a las exportaciones. La retracción de capitales hacia Estados Unidos tampoco augura buenos pronósticos para la entrada de inversiones extranjeras dirigidas a la producción.
La explícita opción tomada para resolver este intríngulis ha sido buscar una alineación más directa y subordinada al proyecto de expansión estadounidense en ciernes. La visita de Obama para el 24 de marzo fue fuerte no sólo desde lo simbólico. Para el país del Norte, Macri es un activo político, pues es, hasta el momento, la única expresión de este nuevo rumbo regional que ha llegado al gobierno mediante elecciones. Por eso el gesto diplomático, que vino de la mano de renovadas promesas de inversiones y directrices de integración.
No en vano, en las últimas semanas el presidente Macri se reunió con sus pares de Chile (Bachelet) y Colombia (Santos), buscando confluir con los países de la Alianza del Pacífico (que completan Perú y México). Estos países fueron explícitamente promovidos desde la Oficina de Asuntos Externos estadounidense como la alternativa para América Latina frente a otras iniciativas de integración regional. Concretamente, se trata de una iniciativa que retoma el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), creando lazos de libre comercio entre estos países y la potencia del Norte.
El ALCA fue enterrado en Mar del Plata en 2005, gracias a la sistemática y organizada oposición social al proyecto. Los gobiernos de Kirchner y Lula da Silva buscaron negociar un ALCA con concesiones, y ante la negativa de Bush, optaron por darle prioridad al Mercosur. Para el gobierno argentino, ésta había sido la prioridad desde la campaña electoral: atado a la propuesta de desarrollar un “capitalismo en serio” impulsando una “burguesía nacional” que reindustrializara el país, el Mercosur aparecía como el ámbito propicio. La mayor parte de las exportaciones industriales del país se dirigen a ese destino, mientras que las ventas al resto del mundo son básicamente materias primas o productos derivados de su procesamiento básico. El Mercosur, legado de Alfonsín y Menem, servía como espacio de acumulación para el débil empresariado industrial realmente existente frente al ALCA. Este último proyecto, de apertura y liberalización, solo permitiría el funcionamiento de aquellos sectores con ventajas comparativas (agroindustria, minería) o protegidos de la competencia (ciertos servicios), dejando en la ruina a los demás.
La negativa de Bush a hacer concesiones respecto de propiedad intelectual y subsidios a la producción agrícola estadounidense favorecieron la inclinación de la balanza, que decantó en la prioridad del Mercosur. Chávez, por su parte, dio rienda a proyectos de integración alternativos (ALBA), que buscaban ir más allá del comercio bajo la lógica del capital. Nuevamente, la negativa de Argentina y Brasil a seguirlo en estos proyectos, hizo que Venezuela desdoblara la iniciativa, buscando una integración política de amplio alcance (UNASUR y CELAC) y pidiendo unirse al ya existente Mercosur.
Estados Unidos no se quedó en espera; avanzó con tratados bilaterales y el impulso a la Alianza del Pacífico. Al mismo tiempo, atendiendo a un problema de otra escala, el gobierno de Obama comenzó una serie de iniciativas para contener el avance de la economía china. Estas incluyen el Tratado Trans-Pacífico (TTP), que asocia ya a 12 economías linderas a este océano -excluyendo a China- bajo la misma lógica de libre comercio del ALCA: privatizaciones, abuso de los recursos naturales, flexibilización laboral, protección de propiedad intelectual. Esta iniciativa se complementa con la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión, entre Estados Unidos y la Unión Europea, y el Acuerdo General de Comercio de Servicios (TISA), negociado entre 50 países. Toda una gama de alternativas para expandir el control estadounidense sobre la economía global, y contener las intenciones expansionistas de otras potencias imperialistas.
Macri ha optado abiertamente por alinearse con esta agenda. No solo las reuniones con Obama, Santos y Bachelet, sino el pedido ya obrado para que Argentina sea miembro observador de la Alianza del Pacífico. El Mercosur, de donde no pudo expulsar a Venezuela, será paulatinamente deslindado en los hechos. Esta agenda externa está pensada para el beneficio de unos pocos, los mismos pocos que ganan con la ofensiva anti-popular.