Por Francisco J. Cantamutto. Mientras el Gobierno y sus medios de comunicación insisten en argumentar una batalla sin cuartel contra los buitres y especuladores, el pueblo argentino paga la parodia.
Desde sus primeros años, el kirchnerismo se construyó discursivamente buscando diferenciarse del neoliberalismo, representado por la especulación del capital financiero extranjero que dominó el país en años previos. Frente a ellos, el gobierno llegaba para construir un modelo de país productivo, industrial, de la inclusión por el empleo, junto a la burguesía nacional. Ese sería, al menos hasta donde sabemos, el “modelo”. Pues bien, el 2014 ha mostrado la capacidad creativa del gobierno al modificar este escenario y criticar a los representantes del “mal” neoliberalismo y atrincherarse junto a los “buenos” neoliberales.
La estrategia argumentativa ha girado, de un tiempo a esta parte, a una ficticia distinción entre buenos especuladores y malos especuladores. Entre los primeros, estarían los socios del kirchnerismo, que facilitan fondos para la deuda y apoyan los canjes: la banca local agrupada en ADEBA, el Citibank, el Barclays, incluso George Soros y Nicola Stock. Entre los últimos, estarían las artimañas financieras de Paul Singer y Kenneth Dart, dedicadas a bloquear iniciativas de reestructuración y expoliar a los países. Por una nota en Tiempo Argentino, nos enteramos además de que estos fondos no sólo extorsionan a países periféricos (como la Argentina, el Congo o Zambia), sino también a multinacionales tan probas como los casinos Caesars de Las Vegas o Codere de España. Es decir, del lado de los intereses de los pueblos, víctimas de las carroñeras aves, estarían incluso las multinacionales del juego, las finanzas e incluso otros fondos especulativos. Estas entidades han acompañado al gobierno en sus acciones por pagar la deuda ante la ONU, la Corte Internacional de La Haya o la ley de “pago soberano”.
Los “malos” neoliberales tienen, claro, representantes locales: básicamente, el campo y el multimedios Clarín. Ambos estarían protagonizando un ataque especulativo, paranoide, contra el gobierno, al fomentar la recesión y la devaluación. El campo, al atesorar la soja en sus silobolsas esperando mejores condiciones de rentabilidad, incluso cuando esto no les funciona: se perdieron 4600 millones de dólares provenientes de la exportación de soja de la actual campaña, por la caída del precio de la soja de .551 dólares por tonelada en junio a sus actuales 351. Clarín, por alimentar la fantasía –como antes lo hizo con el riesgo país– del dólar paralelo, una ficción que afecta a una porción menor del mercado pero tiene efectos impactantes en las decisiones de los agentes económicos. Algunas cadenas de comercialización habrían paralizado sus ventas ante las inseguridades del precio futuro de la divisa, al igual que las automotrices, que retienen ventas incluso con el subsidio del Procreauto. Las inversiones se paralizan por un clima de incertidumbre y, por lo tanto, el empleo cae y el salario se atrasa respecto de la inflación. Un auténtico complot del capital legado por el mal neoliberalismo.
La arremetida del capital
Ninguna de estas operaciones es irreal: el capital, efectivamente, arremete contra las condiciones de vida de las mayorías cada vez que puede. Está en su naturaleza: la ficción es ilusionarse con que algún número de concesiones va a contener su avaricia. La fantasía es apelar a su racionalidad (como lo hizo con Griesa, esperando lógica) o su nacionalismo (como lo hizo con la famosa “burguesía nacional”). El capital, tal como señalamos en estas páginas en ocasión de la década kirchnerista, eventualmente se agotaría de pagar el precio de contener las demandas del pueblo trabajador.
El agro, por tener que resignar una cuota de renta desde el inicio, puso su grito en el cielo en 2008, y desde entonces dejó en claro su lugar. La burguesía industrial exportadora, a la que el mercado interno no le importa demasiado, encuentra oneroso pagar mayores salarios que no le significan mayores ventas y le hacen perder competitividad. Los bastiones más fuertes que le quedan al gobierno son los empresarios “más pequeños”, que –atrapados en la demanda local– necesitan el amparo del Estado para poder vender y renovar su capital aumentado. La apelación a la producción nacional, al capital concentrado, le gusta mientras le es útil. Cuando le resulta muy caro, lo piensa dos veces. El gobierno, desorientado por la falta de apoyo irrestricto de su sujeto social privilegiado, opera a tientas sin decidirse, lo que alimenta las defecciones del capital industrial: las recientes leyes de abastecimiento, a pesar de su muy poca, si alguna, novedad jurídica u operativa, les resulta un gesto desfavorable, que los acerca al agro. El gobierno se ve en la encrucijada de controlar los stocks abroquelados para especular y convencer a la industria de que lo hace por su bien.
Pero también una parte no menor del capital financiero está del lado del gobierno: es el sector que ha obtenido las ganancias récord año tras año desde 2009 a esta parte, ganando casi 30.000 millones de pesos de rentabilidad en lo que va del año, según el Banco Central. El gobierno ha defendido a capa y espada la política de pagar deuda a cualquier costa. La agenda Boudou (arreglos del CIADI, pago a REPSOL, arreglo con el Club de París) lo expresó con claridad, y lo mismo hace la ley de pago “soberano” –una auténtica contradicción de términos–. Junto con los planes de financiación del consumo, componen un cuadro en el que el gobierno favorece sistemáticamente a este sector. Ni qué hablar del permiso a que el dólar paralelo –una operatoria ilegal que se podría combatir si hubiera voluntad– que les permite lograr mayores ganancias.
La teoría de la distracción
El kirchnerismo busca ganar apoyos locales e internacionales con su agenda de enfrentamiento a los “malos” fondos buitres, con las iniciativas de la ONU o la Corte Internacional. Las bravatas del juez Griesa, un personaje casi caricaturesco, alimentan la farsa: la declaración de desacato de estos últimos días no tiene antecedentes de jurisprudencia, y no produce efectos reales claros, más que insistir en la negociación. Una gran parte del capital financiero apoya al gobierno, por retomar la agenda que le permite hacer su negocio. Los gobiernos imperialistas, representantes del capital más rapaz en todas sus variantes, han optado por la estrategia de omitir pronunciarse, o rechazar las iniciativas cuando saben que éstas ganan sin sus votos. Porque una parte del capital rapaz imperialista también quiere estas regulaciones para sus negocios.
Mientras tanto, en el país dependiente que pone la cara, una década sin modificaciones estructurales de las bases de la acumulación, le permiten al capital especular con las condiciones de vida de todo un pueblo. Tanta ambivalencia le termina resultando más costosa que beneficiosa al capital, y no termina de convencer a las clases populares. Al no invertir, no hay crecimiento, ni generación de empleo: las suspensiones y despidos, así como la caída del salario real, están a la orden del día, y caracterizan a todo este 2014, desde que inició el año. El kirchnerismo, no resolvió en sus comienzos ni ahora cuestiones de fondo como: el control del comercio exterior, para manejar los recursos disponibles según mejor satisfaga al pueblo, los controles de cambio reales, para evitar la especulación con la moneda y la fuga de capitales, así como tampoco el no pago de la deuda ilegal e ilegítima.