El domingo 7 de octubre Brasil elegirá un nuevo presidente en medio de un clima de tensión social, en el que el movimiento feminista ha sido uno de los actores principales.
El pasado sábado, masivas manifestaciones en más de 60 estados invadieron las calles de Brasil. Fueron movilizaciones convocadas por mujeres brasileñas con una consigna muy clara: “Él no”. Esta campaña que no sólo sacudió al país, sino al mundo, se refiere al rechazo del candidato de la extrema derecha Jair Bolsonaro, quien repetidas veces ha hecho declaraciones sexistas, racistas y en defensa de la dictadura y las torturas.
Hasta ahora, Bolsonaro lidera las encuestas realizadas por diferentes consultoras pero no alcanza la cantidad de votos necesarios para ganar las elecciones en una primera vuelta. Sin embargo, el avance de la derecha en Brasil -como en la mayoría de los países latinoamericanos- es innegable. Frente a ello, surge también una fuerte resistencia donde las mujeres, lesbianas, travestis, maricas y trans han adquirido, lucha mediante, un rol muy importante y que no se reduce a la negativa de un candidato.
Las mujeres en Brasil representan al 52,5 por ciento del electorado, es decir que son más de 77 millones de votantes sobre un total de 147 millones. Sin embargo, la representatividad en las instituciones es más bien escasa. Por ejemplo, en la Cámara de Diputados sólo hay 54 mujeres legisladoras, cifra que representa apenas un 10,5 por ciento de las bancas. Incluso en estas elecciones donde las mujeres tienen un lugar fundamental, cada diez candidatos, sólo tres son mujeres.
Pero si bien es cierto que los espacios de poder y la política institucional están mayoritariamente dominados por hombres, las mujeres han ido ganando terreno y, especialmente, en las calles de Brasil como se vio reflejado el 29 de septiembre pasado. Incluso algunos medios de comunicación están hablando de “la primavera de las mujeres” en el país más grande de Sudamérica. Las brasileñas decidieron manifestarse en el ámbito público, no sólo contra Jair Bolsonaro, sino también para conquistar derechos, exigir igualdad y rechazar la violencia de género y el machismo arraigado en la cultura de su país.
Luego del asesinato de Marielle Franco, aún impune ocho meses después, se vieron las primeras manifestaciones masivas del año: movilizaciones a las que asistieron miles de mujeres, mujeres negras, faveladas, lesbianas; en otras palabras, aquellas personas a quienes durante años se les negó y se les niega derechos. Ahora bien, se trata de un movimiento que lleva un largo proceso. Ya en 2015, habían existido antecedentes de esta “primavera” cuando miles de mujeres repudiaron el proyecto que pretendía endurecer la ley de aborto en Brasil.
De violencias y derechos
En la actualidad, el aborto está penado hasta con tres años de prisión en Brasil, donde sólo puede realizarse una interrupción del embarazo en caso de violación, malformaciones del feto o riesgo de vida para la madre.
Pero la realidad nunca, o muy rara vez, coincide con la ley. En Brasil, se estima que una de cada cinco mujeres se ha realizado un aborto. Alrededor de 200 mujeres mueren por año a causa de abortos clandestinos y 250 mil son hospitalizadas por complicaciones que surgen durante la práctica en la clandestinidad.
La situación y la lucha feminista logró que en agosto la Corte Suprema brasileña fuera el escenario en el que se realizó una audiencia pública para discutir sobre la despenalización y legalización del aborto. Alentadas por la experiencia y el debate en Argentina, las mujeres de Brasil pelean para llevar el tema de la interrupción voluntaria del embarazo al ámbito público. Aquí se enfrentan a una difícil batalla, puesto que su país es uno de los que más fieles católicos tiene en el mundo y donde la presencia y poder de la iglesia evangélica es cada vez mayor. Como es de público conocimiento, la religión y sus instituciones tienen un peso muy fuerte en las políticas públicas, es especial en los países de América Latina; incluso, algunos legisladores evangélicos en Brasil han propuesto y quieren lograr la prohibición total del aborto, aún en los casos en los que hoy está permitido.
Es que el patriarcado aún está enraizado en la cultura brasileña, y por supuesto el ámbito político no es una excepción. Si se analizan las cifras del país, realmente el resultado el escalofriante. En 2017, se registraron alrededor de 4.500 feminicidios, es decir un promedio de 12 mujeres asesinadas por día. En el estado de Río de Janeiro, se estima que se producen 13 violaciones por día. Es que las mujeres son víctimas de todo tipo de violencias, en muchos casos en su estado más crudo. Además, a la violencia de género se suma otro problema: el racismo. Según el Instituto de Investigación Económica Aplicada de Brasilia, en 2016 los índices de homicidio fueron un 71 por ciento mayor para las mujeres negras de Brasil. Esta realidad lejos de cambiar, pareciera haber incrementado en los últimos años y a pesar del endurecimiento de algunas leyes destinadas a combatir la violencia de género.Hasta 2009, el código penal brasileño hablaba de “mujeres honestas” como verdaderas víctimas de un abuso sexual. Ello ahora cambió y con la reglamentación de la Ley Maria da Penha, se aumentó la pena para los casos de feminicidios. De todas maneras, la nueva legislación no ha logrado disminuir los casos de violencia de género y es que, por otro lado en estos últimos dos años se han realizado diversos recortes presupuestarios que limitaron la asistencia a víctimas. Por ejemplo en Río de Janeiro, existe un solo refugio para mujeres que han sufrido situaciones de violencia de género luego de que el segundo cerrara por falta de financiamiento.
La voz de las mujeres y su pie en la puerta
“Hay que meter el pie en la puerta” era una de las frases que repetía incontables veces Marielle Franco cuando se refería al lugar que ocupan las mujeres en la política. Todas las violencias y derechos cercenados descritos en estas líneas, fueron denunciados por Marielle y tantas otras que no se han atemorizado por el asesinato cobarde la concejala de Río de Janeiro.
La activista era (y aún lo es) un símbolo para la población negra, los habitantes de las favelas y las mujeres. Marielle peleó para llegar hasta donde llegó, y una vez allí supo que la lucha continuaba porque para algunos sectores su sola presencia era incómoda. Las mujeres en Brasil han conquistado cada vez más terreno político y en estas elecciones pueden verse seis mujeres candidatas a puestos presidenciales; cinco de ellas, para vice-presidentas. Sin embargo, no son meras acompañantes de fórmula porque cada una de ellas lleva su propia agenda y propuestas.
Los casos más emblemáticos en relación a una visión popular y feminista son los de Sonia Guajajara (44), candidata a vice-presidenta por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL) y Manuela D’Avila (37) del Partido Comunista de Brasil, quien acompaña la fórmula de Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores.
Ambas referentes son exponentes del feminismo y de la lucha de los sectores populares. Tienen incluso varios puntos en común en lo que respecta a los derechos de las mujeres, como es el caso de la legalización del aborto. Cada una tiene propuestas y proyectos en torno a la ampliación de la participación femenina en los espacios de decisión política, el acceso de las mujeres al mercado laboral, la igualdad salarial. Tema de vital importancia, sobre todo si se tiene en cuenta que en Brasil el sueldo de una mujer es un 37 por ciento más bajo, en promedio, que el de un hombre.
En ese sentido, Sonia Guajajara propone crear una “lista sucia del machismo” para penalizar a las empresas que no cumplan con la ley, puesto que existe una legislación que prohíbe la diferenciación salarial pero no se fiscaliza ni controla su aplicación.
Además, Guajajara es la primera aspirante mujer de pueblos originarios a un cargo de tal envergadura. En Brasil, hay alrededor de 800 mil personas pertenecientes a pueblos originarios pero su presencia en la escena política es mínima e incluso nula en los Poderes Legislativo y Ejecutivo a nivel nacional. Uno de los aspectos fundamentales de su campaña y militancia política tiene que ver con la democratización de la tierra: propone generar un cambio en el modo de producción, demarcar los territorios ancestrales y aumentar los subsidios a la agricultura familiar.
La candidata del PSOL afirma que el aborto seguro es una obligación del Estado y que las mujeres deben aumentar su participación activa, no sólo en el Poder Legislativo, sino también en el Ejecutivo.Por su parte, Manuela D’Avila cree que es necesario establecer un cupo del 50 por ciento en el Congreso para alcanzar realmente una paridad en la representación. D’Avila es hija de profesionales, quien a su vez ha transitado estudios universitarios, y ella misma confesó que al ingresar en la política quería discutir más sobre economía, por ejemplo, creyendo que las luchas asociadas al feminismo ocupaban un segundo lugar. Sin embargo, esa perspectiva se modificó inmediatamente cuando entró al Parlamento y se chocó con los prejuicios de una clase política machista y conservadora frente a una mujer joven con convicciones e ideas propias.
Hoy, una de sus propuestas más importantes además de la legalización del aborto, tiene que ver con la creación de políticas públicas que disminuyan la jornada doméstica femenina y que ayuden con el cuidado de los niños.
Así es cómo, de a poco, la agenda feminista fue introduciéndose en la campaña electoral y en la vida política de Brasil. Este domingo, el pueblo brasileño deberá decidir sobre su futuro y las mujeres tienen el poder de cambiar la historia en las urnas y en las calles.