Por Gonzalo Reartes. Una mirada sobre Bob Dylan en una retrospectiva que remarca la permanente dinámica de su vida y obra. En esta segunda parte, un sumario análisis respecto de Blonde on blonde y Blood on the Tracks.
Blonde on blonde
Hacia 1966 no había forma de catalogar a Dylan. Había abandonado definitivamente la escena folk después de haber compuesto la canción que revolucionó la historia del rock and roll: “Like a Rolling Stone”, del álbum Highway 61 Revisited.
Creativamente no tenía techo y cada disco parecía sobrepasar el anterior en términos de originalidad. Para esta época, se había pasado a la música eléctrica y compuesto innumerables clásicos. Blonde on Blonde es el disco que intentaremos escudriñar, primer álbum doble de la historia del rock, y una de sus obras más importantes. Está conformado por canciones repletas de existencialismo antiautoritario, cinismo sagaz e imágenes psicodélicas devenidas de la literatura beatnik. Pese a que la mayoría de las canciones sean de amor (un año antes se había casado con Sara Lownds), toda la atmósfera de Blonde on Blonde, y muchas de sus canciones, evocan el bajo mundo de Nueva York, los bares de medianoche, las drogas y los personajes oscuros que pululaban por la vida de Dylan en esa época.
Desglosándolo, nos encontramos con clásicos como la enigmática “Visions of Johanna”, “I want you” (su canción pop más pegadiza, surrealista y genial), “One of us must know” (inspirada en su relación con Joan Baez), una pieza estupenda de amor como es “Just like a woman” y la canción que ocupaba toda la cuarta cara del álbum, dedicada expresamente a su entonces esposa, “Sad eyed Lady of the Lowlands”, de 11 minutos y plagada de metáforas influenciadas en gran parte por la poesía simbolista de Verlaine.
Este es, quizás, el álbum más pop progresista de la carrera de Dylan, aunque su carácter pop tiene más que ver con el éxito comercial sin precedentes que alcanzó que con un aspecto musical. Es un disco que lleva al máximo, como muchos grupos intentaron hacerlo a partir de su salida, la experimentación musical; la gran diferencia radica en que sólo Bob Dylan puede aglutinar todos los elementos necesarios para realizar un disco de estas características y volverlo un clásico resistente al paso del tiempo. Blonde on Blonde, sin dudas, es un gatillo de la contracultura que latía en los tugurios subterráneos a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos en la década del ´60. Su mejor característica es que suena real sin intentarlo demasiado, y es absolutamente moderno y visionario.
Blood on the Tracks
Blood on the Tracks marca su llegada a la madurez como músico y escritor. Luego de haber sido reivindicado como un profeta tras los logros alcanzados en los ´60, su reputación se encontraba en el limbo. Tras el accidente que sufrió a bordo de su Triumph Tiger 100 cerca de su casa en Woodstock, Dylan protagonizó un silencio prolongado que interrumpió con distintos discos que simplemente no terminaban de ser aclamados por los mismos fanáticos que lo habían erigido en un dios algunos años atrás.
El resurgimiento de Dylan como estrella, ya no del rock, sino de la música, como combinación de todos los ritmos que había interpretado en el pasado (aquí radica la madurez del artista), se da con este álbum, una obra de arte consistente y armónica, de principio a fin. Phil Ramone, experimentado productor e ingeniero de la industria musical, ha dicho al respecto: “Blood on the tracks fue toda una revelación de su vida, en un momento personal muy complicado, y esto supuso una experiencia casi catártica para él en el estudio. Fue increíble: nadie se detuvo, nadie dijo nada, nadie habló demasiado. Era un alma revelándose directamente a una cinta.”
Este es un disco honesto, lleno de dolor, amor y desencanto. No importa si es o no autobiográfico, el mismo Dylan ha dicho, malhumorado, al respecto: “La gente dice que le gustó ese álbum. A mí me resulta difícil identificarme con eso… quiero decir, con que a la gente le guste esa clase de dolor.” En términos técnicos, se caracteriza por los acompañamientos acústicos y la longitud de las canciones, las cuales fueron grabadas en forma espontánea, agregando y quitándose acordes, coros y versos entre toma y toma. Sin dudas, la canción más emblemática es “Idiot Wind”. Da cuenta del fin del matrimonio entre Dylan y Sara Lownds. Está impregnada por el desengaño y el dolor: “Fue la gravedad la que nos unió/y el destino quien nos separó/ Domaste al león dentro de mi jaula/ pero no fue suficiente para cambiar mi corazón.” También se destacan “You’re a big girl now”, “Buckets of rain” y “Simple twist of fate”, de la que se desprende: “La gente me dice que es un pecado/ saber y sentir demasiado/ Sigo creyendo que ella era mi gemela/ pero perdí el anillo/ Ella nació en la primavera/ pero yo nací demasiado tarde/ Échale la culpa a un simple giro del destino.”
Dylan se mostró enojado con las interpretaciones demasiado literales que se han hecho con este álbum: “Oí que “You’re a big girl now” supuestamente trataba de mi esposa. Me gustaría que alguien me preguntara primero antes de publicar esa clase de cosas. A veces estos intérpretes son imbéciles, estúpidos y llevan al engaño… idiotas que te limitan a su propia mentalidad sin imaginación.” A pesar de todas sus declaraciones, se encontraban irreversiblemente separados. La pareja se divorció definitivamente en 1977. Él respondió con una mezcla de tristeza desesperada y amargura jovial, entregándose a la bebida, las noches y las mujeres.
Sin dudas, es imposible abarcar la totalidad de la obra de Bob Dylan en tres discos y alrededor de (dudosas) conjeturas. El espíritu de su carrera no es más que un reflejo incuestionable de su alter ego. La libertad está en todas y cada una de sus letras. Atraviesa sus discos. Está allí. En sus canciones, en su poesía, en sus declaraciones, en sus ruedas de prensa, en sus recitales mientras es abucheado y continúa cantando y una lágrima recorre su mejilla. En “Ballad in plain D”, dice: “Mis amigos en la prisión me preguntan/ cuán bien se siente ser libre/ y yo les contesto misteriosamente/ ¿Acaso son libres las aves/ de las cadenas del cielo?”.
Dylan lo ve todo, lo siente todo, lo escribe todo. Las interpretaciones que podamos o no hacer en cuanto a sus canciones, constituyen una dialéctica sin fin: “La música tradicional se basa en hexagramas. Surge de leyendas, biblias, plagas y gira alrededor de hortalizas y muerte… todas esas canciones sobre rosas que crecen en los cerebros de las personas y amantes que en realidad son cisnes que se convierten en ángeles; ésas no morirán”.
Una cosa es segura. Nada en la escena musical es lo mismo después de Bob Dylan. Es, en cada una de sus facetas, revolucionario de principio a fin (artísticamente hablando), incluso cuando no intenta serlo, si es que en algún momento lo intentó. Nunca lo sabremos. Y no importa. Nunca importó.
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