DOSSIER
En los artículos que aquí presentamos no hay visiones homogéneas; circulan perspectivas y opiniones distintas pero en todas ellas está presente la voluntad de reponer el papel de las y los más humildes en los procesos revolucionarios de la época. Indígenas de los pueblos libres o los dominados por la conquista, negras y negros esclavos y la liberada, el gaucho y los campesinos de la campaña, las mujeres que sufren la explotación pero, además, la enorme brutalidad de la sociedad patriarcal, los peones y los ocupantes de tierra sin título, las y los pobres urbanos y rurales de esa masa de mestizos, pardos, morenos y blancos pobres en una sociedad donde el corte social estaba jurídicamente determinado por el color de piel, los arrieros, las lavanderas, tejedoras, acarreadoras de agua; en fin, el heterogéneo mundo de lo popular está vivo y presente en estas páginas que desde Contrahegemonía y Marcha presentamos.
Al mismo tiempo pretendemos polemizar con determinadas visiones de nuestra historia que desvalorizan la importancia de revisitar las luchas de principios del siglo XIX. Para esas miradas los conflictos sobre los que vale la pena reflexionar son los que se originaron a fines del siglo XIX, de la mano de la inmigración europea y que desembocaron en la construcción del movimiento obrero en nuestro país. Curiosamente, determinadas corrientes de izquierda llevan adelante lo que critican a los enfoques provenientes del nacionalismo popular o revolucionario. Determinados trabajos enrolados en esa vertiente formulan la creencia de que el movimiento obrero nació con el peronismo, borrando de un plumazo la rica tradición de lucha de las corrientes anarquista, socialista, sindicalista revolucionaria y comunista; aportes esenciales para la historia de la clase trabajadora de nuestro país. Sin embargo, una operación similar de amputación histórica se construye desde determinadas corrientes de la izquierda justificándose en que el carácter aluvional de la inmigración configuró otro país, radicalmente diferente del anterior, donde los procesos anteriores perdieron significancia y se construyó allí la clase sujeto histórico que viene a terminar con el capitalismo. No es éste el lugar de debate sobre el sujeto. Digamos simplemente que fue la derrota de los proyectos revolucionarios más profundos en el transcurso de las revoluciones de la independencia lo que posibilitó estructuras económico-sociales determinantes sin las que no se puede comprender la Argentina de fines del siglo XIX. El latifundio, el poder de la burguesía agraria, particularmente bonaerense y su alianza-fusión final con la burguesía comercial de la ciudad puerto, la inserción de la Argentina en la división internacional del trabajo bajo el predominio de Inglaterra, la conformación del Estado bajo la disputa de bloques de poder que no discutían modelos diferentes sino su lugar en el esquema agroexportador, por mencionar sólo algunos aspectos, fueron fruto de procesos de largo plazo cuyas coordenadas se trazaron, en gran medida, en la etapa histórica que aquí trabajamos.
No imaginamos esta contribución como mero debate historiográfico, la pensamos como un aporte para el combate cotidiano, actual, presente. Lo pensamos como un insumo para llevar adelante la construcción política, social, simbólica de la radical visión de Walter Benjamin que nos conminaba a cepillar la historia a contrapelo y anunciaba que sólo a la humanidad redimida le pertenece plenamente su pasado.