Por Agustín Bontempo / Foto por Sergio Bosco
Partiendo de lugares comunes, Agua introduce al espectador en un mundo que bien podría ser ajeno pero que está allí, listo para impactar en la vida de cada uno. Fuerza, estilo, imaginación, son algunas de las estrategias que invitan al rito.
La obra se presenta desde el desconocimiento, como un rito del cual el público dubitativo, se insertará para observar. Un mundo extraño, incluso para cualquier creyente que se encuentre afuera de esa iglesia en donde todo sucede, en donde comienzan a desarrollarse los primeros acuerdos y desventuras.
Una recepción poco convencional, un ambiente ruidoso y oscuro. Una curiosidad que se debate con la angustia de la extrañeza y lo incierto. Cuatro mujeres sin rostro exclaman lo que cualquier mujer. Después, el sitio que nos acerca tranquilidad e incluso humor.
El director y dramaturgo Marcos Arriola explicó que “la obra habla sobre estos personajes que tienen cierta hipocresía y están en un ámbito un poco satírico” y agregó que esa es la forma que eligieron contar la historia, “sin nada peyorativo”.
Tres mujeres adoctrinadas, aunque inseguras, se mezclan para justificar sus prácticas, sus deseos y sus pecados. Agua es eso, “el elemento más normal que se utiliza en todas las religiones, como símbolo de la purificación. En este caso, elegimos un ritual, pero puede englobar cualquier tipo de ritual donde la gente vaya a pedir perdón”, afirmó Arriola.
También hay una cuarta mujer, la más insensible – o con una sensibilidad no convencional dentro de la obra-, a la que más le cuaja el lugar de contrincante. Porque Agua es, ante todo, una provocación, un lugar desafiante donde aquel sitio de perdón es la misma cuna de los pecados. Y el público, absorto, solo puede aceptar, criticar, molestarse. Y ante tamaño desafío y a pesar de todo, una de las protagonistas lo intenta, aunque a veces parece no lograr escapar.
Las actrices son enérgicas. Adquieren y transmiten una carga muy particular, muy personal en cada caso. El espectador se conmueve por ellas y también se molesta. Las entiende pero también las cuestiona. Ellas exponen, discuten, acatan. Se muestran y a pesar de eso, logran sembrar incertidumbre. Sus danzas, sus propuestas eróticas, combinadas con una música que a veces logra desbordarnos, nos mantiene expectantes.
Emilia Benitez cumple sobradamente con su rol de ser la más adulta de las mujeres. Encarna esa posición con soltura. Luego dos jóvenes: Soledad Marrero Senlle, pequeña inocente que transmite mayor inseguridad frente al rito y Eugenia Fiecconi, quien surge con ciertos aires rebeldes, potente, aunque sumisa frente a sus pecados y la necesidad de extirparlos. Finalmente, Eugenia Aramburu, quien encarna ese lugar de disconformidad y molestia.
La obra dispara al público a muchas y diversas ideas y reflexiones, pero las actrices logran mantener sus roles sin confundir a quien observa en la sala, a pesar de esta vorágine en donde todo es posible.
También hay hombres. Y si de hipocresía hablamos, ellos vienen a cerrar un círculo donde tienen la demandante y salvadora posición, sin importar sus propias prácticas. En una sociedad gobernada por la cultura patriarcal, cuatro mujeres sufren -o tal vez no-, el asedio de un solo hombre. Y sobre ellos y ellas, o como excusa, está el agua, la grandiosa y purificadora agua.
Kevin Joyce logra representar la figura de quien sería un supuesto sacerdote, con un poco de parodia y otro poco de terror. Su actuación resulta precisa, acorde a los cambios que la puesta en escena le exige.
Finalmente, Alan Diaco completa el elenco. Quizás el menos participativo en el texto, es el responsable, como monaguillo, de la música en vivo que por sí sola transmite sensaciones acordes con la fuerza de la obra.
Un rito representativo
La obra tiene una excelente coordinación de estilo. El contraste de la oscuridad, la potencia de la música, el cruce de colores, la presencia de sus actrices y actores. “Fue un trabajo de investigación que tuvimos con todos los actores, fue un trabajo interdisciplinario. Queremos que sea homogéneo. Todas las disciplinas apuntan a tener un efecto muy fuerte por sobre lo que se está contando. Es una obra que tiene muchos aderezos”, indicó Arriola al hablar del trabajo de pre producción.
El público presencia un rito que no le puede ser esquivo, indiferente. Impacta en el pecho, en la cabeza, en el cuerpo. “Cuando hay algo tan potente, que fue nuestra elección, de una u otra manera, quien lo viene a ver con algo se va, pensando algo”, destacó el dramaturgo, quien asegura que nada de esto es casual.
Todo esto es posible gracias a una coordinación que se evidencia a lo largo de la hora que dura la obra. Como en cualquier circunstancia de la vida, esto surge no solo por su director, sino además del trabajo conjunto del cual Arriola da cuenta: “Estoy satisfecho y más, porque estoy trabajando con un equipo que desde todos los ámbitos, maquillaje, música, vestuario, las visuales, fue algo que me superó a mi mismo sobre lo que yo pensaba. Son todos muy talentosos”, sentenció.
La obra se seguirá presentando el resto de los sábados de junio, a las 23 hs en Espacio Urbano, ubicado en la calle Acevedo 460. Para más información se puede acceder a Agua.
Ficha técnica
Actúan: Eugenia Aramburu, Soledad Marrero Senlle, Eugenia Fiecconi, Emilia Benitez, Alan Diaco y Kevin Joyce.
Dirección de Arte y Visuales: Magdalena Peralta Antivero y Sophie Rombos / Diseño Coreográfico: Eva Calderone / Productor Musical: Alan Diaco / Vestuario y Maquillaje: Maité Pilaciauskas / Escenografía: Vanina Bengochea / Dramaturgia, Dirección y Puesta en Escena: Marcos Arriola.
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