Por Mónica Molina* desde Santa Rosa. Esta pelea se dirime en los fueros judiciales, y tal vez sea el último round de Víctor Purreta, sentado en el banquillo de los acusados por homicidio simple contra Andrea López, según la carátula de la causa 96/13.
En la primera audiencia, el segundo en declarar como imputado fue el ex boxeador Víctor Purreta, quien no dejó de cargar contra Julia Ferreyra. Omar Gebruers, abogado querellante, hizo una evaluación positiva de los testimonios en la primera audiencia del juicio que se sigue por la desaparición de Andrea López. Fueron “claros y contundentes”; mientras que sobre el imputado dijo que la actitud durante la audiencia “lo muestra de cuerpo entero” respecto de los rasgos “sicopáticos” como fue descripto por las licenciadas en psicología, Teresa Gatti, psicóloga del hijo de Andrea; y Virginia Carretero, perito psicóloga en la cámara gesell en la que el menor incriminó a su padre. También otro especialista en victimología y cámara gesell, aportado por la defensa, coincidió en la caracterización del perfil de Purreta.
El escenario prostibulario y su trama
María Luz Di Caro fue una de las jóvenes que viajó el 10 de febrero de 2004, fecha de la desaparición de Andrea López, a Pehuajó en la camioneta Fiat con Purreta; eran cinco personas en total recordó en su declaración testimonial. Pero no fue lo único a lo que se refirió. Su testimonio dio cuenta de la trama del sistema prostibulario, la clara asociación de la prostitución con la trata de personas y, lo que es más contundente, las complicidades que se tejen en esta práctica de sometimiento de los cuerpos de las mujeres.
La joven, que por ese entonces tenía apenas 20 años, declaró que iban abrir el cabaret que Purreta tenía con su socio Juan Carlos Morán. Los proxenetas habían llevado a esa ciudad del oeste bonaerense a tres mujeres para “inaugurar” un lugar de explotación o lo que se conoce eufemísticamente como cabaret. Ella sostuvo nunca haber estado en un local de estos. Su relato, que no fue muy extenso pero sí contundente, ratificó una vez más los dichos del hijo de Andrea: que su papá –Purreta- había golpeado a su mamá y que tenía mucha sangre.
Según declaró la testigo, protagonista de las horas posteriores a la desaparición de Andrea, Purreta las dejó, el cabaret se abrió, a la madrugada “apareció vestidito” y a la mañana siguiente las llevaron a hacer la libreta sanitaria al municipio local. Un clásico de la connivencia estatal con el delito de facilitamiento de la prostitución ajena y, en este caso, también del delito de trata de personas.
Sin que fuera este el propósito en su relato, María Luz Di Caro desnudó a partir de su vivencia la trama oculta de la trata de personas, que en el 2004 aún no era delito federal en Argentina, aunque si estaba vigente la Ley 12.331 que prohíbe los prostíbulos en el territorio nacional. Esta mujer que fue prostituida en el prostíbulo “Play Boy” de Purreta y su socio dijo que “las dejaron bañarse en la comisaría” de esa localidad y que luego un patrullero las llevó “al trabajo de la noche”. “El comisario nos guiñaba el ojo. Y no se si está bien decirlo, pero nos dejaron bañar en la comisaría. Después nos llevaron al cabaré dos policías. A trabajar al cabaré en patrullero”, dijo en su testimonio María Luz Di Caro.
La mayoría de los testimonios coinciden en que Andrea no quería estar en la prostitución, negativa que la dejaba expuesta a las golpizas y otras atrocidades cometidas por Purreta, como haberla arrastrado con la camioneta o haberla dejado con una pierna enyesada en la ruta para ser explotada sexualmente por otros hombres. Es mediante la coerción y la violencia que van despojando los cuerpos de las mujeres, coartando su libertad, la autonomía de decisión y atentando contra la vida.
Otra testigo, María Esther Rauch, también sometida a la prostitución, declaró: “Yo dije que ella no se iría sin su hijo”, y confirmó así el peor de los desenlaces que venía anunciando cada golpiza de Purreta. Una muestra de cómo el proxeneta usaba la relación afectiva que ligaba a Andrea con su hijo para ejercer coerción sobre ella. Mecanismo que muestra su perfil psicológico sicopático y propio de quienes habitualmente utilizan estos amedrentamientos para condicionar la decisión de las mujeres a enfrentarlos.
Rauch también dijo en otro de los pasajes que en una oportunidad Andrea se había quebrado su tobillo huyendo de la policía, aun así Purreta la llevaba a la vera de la ruta para que fuera explotada por prostituyentes. Ella, la testigo, relató haberla ayudado a subir a los camiones que paraban en la ruta.
Estas tres jornadas del debate oral y público desnudaron también cómo desde las coberturas periodísticas se reproduce el viejo mito de la prostitución como trabajo, no pudiendo reflexionar sobre la acción que implican los verbos utilizados justamente cuando de manera sucesiva los testimonios evidencian lo contrario a suponer que esta violencia sufrida por Andrea pudo constituir un trabajo, más aún cuando ella se negaba. Pero también, reiteradamente, la jueza Rosetti cuando preguntaba a los/as testigos se refería a la prostitución como trabajo, sin hacer salvedad alguna respecto de la palabra utilizada y la acción a la que se refería.
Este juicio deja muchas cosas en claro: la prostitución es la violencia más antigua contra las mujeres; lejos está de ser un oficio. Al menos en memoria de Andrea no digamos que la explotación a la que fue sometida constituyó para ella un trabajo. Puesto que no lo quería para su vida.
*Lic en Comunicación Social.